domingo, 8 de diciembre de 2013

Manifiesto de un domingo cualquiera

Escribo en prosa cuando no puedo controlar la situación, cuando esta es la que me devora a mí. Está sonando Quique González de forma que está calándome hasta los huesos. Hay una mosca en la ventana que no deja de vibrar porque quisiera salir de esta puta habitación (y no niego que me esté poniendo histérica). En la televisión hay una banal película sobre un padre y dos hijas a las que quiere por encima de sus posibilidades -o quizás no, está en silencio y tengo que inventarme los diálogos (y las intenciones, y las indirectas)

¿Por qué coño no deja de sonar Quique González?

La mesa tiene migas de la noche de ayer -la pena es que no sean restos del alcohol. La ropa está tendida, mis sujetadores se balancean con el débil aire que entra por el ventanal y Salamanca está soleada pero muy fría -como yo de puertas para dentro.

Miro el móvil y mis conversaciones radican en '¿qué tal estás? ¿cómo va todo?' pero nadie me pregunta si aún no me han roto los esquemas -y a veces si que lo conseguís-, si ya no me muero por cobardes.

Es domingo, es domingo desde el viernes, estoy sola porque todas han cogido sus maletas y esta ciudad está soleada pero muy fría, y vacía -a veces me lanzo a ella para no atormentarme dentro de cuatro paredes (esta puta afición a la soledad).


Nadie llama. Nadie escribe. Pero tampoco ceno sola.


'Échame de menos, porque cojones ya veo que no le vas a echar' 

Está cantándome Quique en la puta cabeza, con la voz desgarrada, con la realidad desgarrada.
Solo quería que supieras que esto está escrito para ti. Y para mí.


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