martes, 26 de junio de 2018

No siempre escucho lo que me dicen, pero sé algo: cortar con la raíz es derribar el árbol.

https://www.youtube.com/watch?v=9NBD2Hqb1kg

viernes, 15 de junio de 2018

Asumir la incertidumbre como una causa congénita,
anidar en el miedo para no enfrentar el presente,
despedirse del futuro.

Apuntarse a terribles programas de coaching
para salvar la autoestima propia,
reconocer que has dilapidado tus ahorros.

Acostumbrarse a cumplir años y
a perder amigos que no lo fueron,
elegir un epitafio personal.

Comprometerse con un amor líquido,
desear que tus ex sean felices,
descubrir que cuando se escribe la palabra acertada
el cuerpo termina por doler.

Parecer un extraño fragmento,
concluir en una grandeza rota,
expulsar la melancolía por los dedos:
así llega la ígnea tormenta que me recorre,
un verano impropio en el que
me resuelvo ajena y deshabitada.


domingo, 3 de junio de 2018

El arte de perder

'No siempre tengo cosas para decir. Entonces, a veces, me pongo a leer a Elizabeth Bishop. Y siempre, antes o después, llego a ese poema portentoso: El arte de perder. “El arte de perder no es muy difícil; / tantas cosas contienen el germen / de la pérdida, pero perderlas no es un desastre. / Pierde algo cada día. Acepta la inquietud de perder / las llaves de las puertas, las horas malgastadas. / El arte de perder no es muy difícil. / (...) Desaparecieron / la última o la penúltima de mis tres queridas casas (...) / Perdí dos ciudades entrañables. Y un inmenso / reino que era mío, dos ríos y un continente. / Los extraño, pero no ha sido un desastre”. Claro que no hay nada más difícil —y Bishop lo sabía— que el arte de perder. Hoy vi, otra vez, una película llamada Une liaison pornographique, en la que él —Sergi López— y ella —Nathalie Baye— se encuentran en un motel, sin saber nada el uno del otro, sólo para tener sexo: buen sexo. Lo hacen durante mucho tiempo hasta que algo se corre de lugar (como si se pudiera tener buen sexo con alguien durante mucho tiempo sin que nada se corriera de lugar), y entonces ella dice “¿Y si lo hiciéramos de verdad?”. Y lo hacen: de verdad. Como si fuera la primera vez. Y el amor —un embrión flojo pero firme— resulta ser el ángel de la muerte, porque es exactamente entonces —cuando dejan de ser el uno para el otro un poco de carne sin pasado y sin nombre— cuando empieza el momento de perder. Hace tiempo, un escritor amigo me dijo esto: “Sólo cuando sé que mi hija está condenada por mí, que la traje al mundo para morir y acepto eso, es cuando puedo ser su padre de manera cabal, liberándola y liberándome”. Habituarse a una hermosa risa humana, a un cuerpo vivo, cuesta muy poco. Dejar partir, en cambio —dominar el arte de perder—, cuesta la vida.'
(Leila Guerriero)