martes, 29 de septiembre de 2015

Leo los diarios adolescentes,
pienso en lo inconsistente que percibía la vida.
Antes era más resuelta, más cobarde.
Ojalá poder abordar las mínimas certezas pasadas.
Antes era más hermosa, más atormentada,
más incívica.
Escribir era mi forma insolente de golpear y de abrazar.
Más incierta, más pagana: a veces me parece que quedó algo
en el espejismo, en el simulacro.
¿Dónde anida el deseo, la decepción?
Todo transcurre lento, despacio,
y yo lo siento cerca, real, como un presagio
que anida en la calma y pueda tornarse voraz,
desgastado.

La noche avanza, es otoño, pisamos las mismas calles
y yo lo veo venir como un presagio,
voraz y denso,
lo distingo entre todos, acercándose a mí,
como si esta apacibilidad fuese la calma,
la necesidad irrefrenable de quebrar el ritmo de las horas,
monótona y cansada:
la ciudad.