martes, 4 de julio de 2023

Cuando era preadolescente recuerdo que un día mi madre fue a la capital de provincias y me trajo un cuarto de libra del McDonalds. En aquel momento aquella hamburguesa supuso para mí una revelación, la conquista precursora de la ciudad, la idea de la modernidad derritiéndose entre unos dedos rechonchos, mucho queso, cierta depresión prematura. Ahora esa idea me parece extremadamente tierna. Siete euros costaba en aquel momento la evasión, la idea de prosperar alejada de aquel lugar que me había visto crecer. Después llegaron las ciudades: la vorágine, desinhibirse en cualquier bar sórdido, besarse con desconocidos, tomar el vermú cada domingo en Argumosa, lanzarse despreocupada a las terrazas de San Bernardo. 

Mi madre no lo sabe -tampoco lo sabrá-, pero me descubrió buena parte de mi identidad.

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Esta noche he leído un verso de Silvina Ocampo: "Yo sentía tu luz atravesarme / como una flecha de oro envenenada". 

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Escribe Marta Jiménez Serrano en su nuevo libro una reflexión preciosa acerca del clinamen. En el cuento se expone a una pareja en la que ella se ve incapaz de preestablecer lo que va a ser su relación en el futuro, si bien es cierto que él precisa de seguridades que ella es incapaz de ofrecerle. Es el momento exacto en el que él afirma que él es de los dioses y ella del clinamen. Ahí me hundí, en esa desviación incontrolable de los átomos, en la inestabilidad como seña de identidad. Tiene razón Marta en eso de que hay gente que se aferra a esta teoría y otros que deseamos acogernos irremediablemente a los dioses.

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También he leído este junio a Simone Weil. En su librito expone: "Me gustaría que aquel al que amo me amase. Pero si se entrega totalmente a mí ya no existe. Dejo de amarla. Saciedad. Si no se entrega totalmente a mí, no me ama lo suficiente". Es insufrible cuestionar al otro.

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También de Simone Weil: "Hay que amar lo que es absolutamente digno de amor". Esto como un mantra.