lunes, 30 de noviembre de 2015

Él solo era un hombre

Él solo es un hombre.
Eventualmente cansado y visceral,
ocasionalmente tedioso y sangrante.
Él solo fue un hombre.
Con garganta y costillas,
su bocado de Adán contra la desidia,
sus polvos y sus virtudes.
Todo esto es este hombre.
Arrastra cierta urgencia política,
un malogrado amor propio que aprendió del barrio,
el desorbitado orgullo burgués,
la aparente sinceridad -aparente, léase de forma consciente-,
sus vísceras atípicas,
la despellejada soledad,
la lucha constante que no le pertenece a nadie -en este apartado haga usted relectura-.

Él solo es un hombre.

Con su hueso sacro,
su intestino delgado,
su drama contenido,
su ineficacia humorística,
su talento oscuro y su sexo devoto.

Una vez me lo crucé, estática e inmóvil tarde de lluvia.
De estos locos furiosos acosándonos el alma
nosotras también nos desligamos.
Queridos: vuestra vida es un coñazo sin nosotras
-esta letra jamás te la protestaré-.

Sin embargo, siempre vuelven,
volverán -solemnes- las noches de reyerta.

¿De qué hablábamos tantas horas en tantos sitios?
Ya no puedo recordarlo.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Manifiesto

El eterno debate entre el digno principio de perderte
y el deseo activo de tenerte.
Pierdo la voluntad,
proyecto sombras,
la tristeza se vuelve líquida,
termino leyendo a Kerouac,
la esperanza enferma,
miro las gotas del cristal derretirse,
no llueve,
claudico con lentitud
en amores aciagos:

"Como si la vida 
te dijese: 
mira, aquí me tienes,
vuelve a intentarlo".

(Karmelo C. Iribarren) 

domingo, 8 de noviembre de 2015

Todo sobre mi madre o todo sobre mí.

Mi madre sabe que cuando la tristeza permea muto en una de esas obras teatrales, tristes y agónicas, que se celebran en las calles -muchos observan, algunos aplauden-. Hoy me he lanzado a las avenidas, insípida y ridícula, arrastrando por Sierpes la manera terrible y brusca con la que comprendo la vida. Nadie se hunde en tus ojos. Sevilla es terriblemente hermosa y sirve para anidar en sus brazos hospitalarios, pero  te obliga a admitir que también la gente se desenamora y pierde el juicio por conseguir llegar a fin de mes.

Mi madre sabe que me lanzo a ciudades aladas, sin meditar, para no afrontar la burda realidad -el instinto cobarde-, que cruzo los dedos porque la suerte cambie, que cierro los ojos si esta no lo hace, que soy capaz de lanzarme al primer tren matinal y enemistarme con el exceso de vida, que pronto me vuelvo terriblemente arisca entre calles estrechas y que amo mi vida selecta y sencilla.

Mi madre sabe que Sevilla te permite fracasar con cerveza en los labios, que guarda el manido espíritu de la autodestrucción. Mi madre sabe que soy intempestiva y devota, que lloro honestamente, que todos los hombres que me besaron jamás me merecieron -este no te quiere, mi vida- y yo finjo con aplomo y arrogancia que no la creo, rebato su argumento con firmeza y pienso -dubitativa- que se equivocará y triunfará mi idealismo. Después vienen las tardes urgentes de manta y suave llanto.

Mi madre sabe que yo no tengo alas, pero me lanza al cielo con su aliento. Mi madre sabe que creo en el arte como una causa palpitante, me acuna en mis tercas obsesiones y me lleva al teatro cuando no tengo acompañante -aunque ella pase las horas bostezando-. Mi madre sabe que guardo un miedo atroz a vivir -el fracaso, el abandono- y me obliga a descubrir sus deseos y purezas en mi carne, no contempla la idea de mi insuficiencia emocional porque me siente como su pequeña causa por la que luchar -quizás la causa más reivindicativa y pura-.