sábado, 10 de octubre de 2020

 Me abruma la idea de ser adulta: acostarme tempranísimo, hipotecarme treinta años —la precariedad bordeándome—, tener sueños alcanzables, irme de fin de semana con una caja regalo de ensueño —qué hastío—, pagar facturas, resignarme a la vida que me ha tocado.

*
Madrid es esa ciudad en la que puedes llorar en el metro sin que nadie te mire.
*
Una cosa buena que me ha dado las oposiciones es que ahora soy más valiente. Desde los dieciséis hasta los veinticuatro años he hecho miles de comentarios de texto encorsetados, carentes de personalidad, aburridísimos, buscando siempre la interpretacción correcta. Ahora me siento más libre y puedo decir que la aliteración del fonema alveolar vibrante múltiple sonoro hace referencia al desmoronamiento interno del yo lírico, yoquésé.
*
Hace poco encontré a mi crush de la posadolescencia universitaria en Facebook. Me cruzaba con él por los pasillos de la facultad muchísimos días y siempre iba acompañado de un amigo mucho más popular, más atractivo y más canallita. Le explico a MJ que a mí siempre me llama la atención el mismo perfil de tío, gente más normal, algo pringada y con cara ingenua.
Por supuesto no le he solicitado amistad.
*
Hoy iba escuchando a McEnroe mientras contemplaba desde un interurbano las cuatro torres. Madrid me ha parecido, por un momento, algo completamente inaccesible.
*
Dice Louise Glück, mujer, poeta y Premio Nobel de Literatura 2020, que miramos el mundo una sola vez, en la niñez. Lo demás es memoria.
*
Sigo pensándote, ¿es que no me oyes?

viernes, 7 de agosto de 2020

Observo en esta nueva realidad que nos acecha parejas sin hablarse, sin tan siquiera mirarse, ajenos el uno al otro, sumergidos en sus gintonics, bebiendo muy despacio en un trance agónico e incómodo. Confieso que me abruman estas situaciones y pienso inmediatamente en cuántas conversaciones nos quedan a nosotros.

*

Te voy a contar algo que te va a cambiar la vida: a las chavalas ya no nos pone el sadboy de manual, ahora ansiamos cuidados y atenciones porque cuidarse es la nueva revolución. No lo digo yo, lo afirma Marina Garcés. Ojalá lo hubiese aprendido antes: el amor es terriblemente punk. 

*

«Este momento de nunca más, de nudos ahogando la realidad, yo no lo quiero ya, no lo quiero ya». Esta canción de Xoel es mi nueva obsesión. 

*

¿Es aburrimiento o es tristeza? me preguntó mi madre una mañana de sábado. No supe responder. Tengo miedo a no ser feliz porque soy consciente de que la felicidad nunca es permanente. También esta idea me apasiona: no llegar nunca a conquistarla, no llegar nunca a saberla, poder enfrentarte a momentos de euforia y confundirlo todo. ¿Es lo inasible todo a lo que siempre he aspirado en mi vida?

*

Leí en Twitter unas cartas entre Silvina Ocampo y Alejandra Pizarnik en las que ambas se ponían muy cachondas. El género epistolar entre autores, aquellos que se buscan incansablemente, siempre me recuerda a esos mensajes a las cuatro de la mañana que he recibido y he escrito borracha. Menos mal que en nuestra sociedad existe la obsolescencia programada. 

*

Hablo con mi casera por WhatsApp mientras suena Maldita Dulzura de Vetusta Morla con Carla Morrison. Estoy medio drogada porque me han sacado dos muelas del juicio. La vida adulta, un vaivén de sinsentido, soledad y atajos infinitos.  



miércoles, 22 de julio de 2020

Esta tarde he visto "The Dreamers" de Bernardo Bertolucci. Esto es, en mi vida, un punto de inflexión porque Bertolucci y "Novecento" siempre han estado vinculados a una persona que ya no pertenece a mi presente. Créanme cuando les digo que nuestras pasiones están confesándose por nosotros.

Funciono con asociaciones, mi cerebro las hace a todas horas y con muchísimas personas, incluso con aquellas que no conozco en la realidad, pero a las que leo con asiduidad. Me sucede cuando me enamoro, cuando me desenamoro, cuando nace una amistad, cuando se precipita una amistad.

Podría decir que Quique González pertenece a Ana, que Nacho Vegas se configura en mi imaginario junto a Pablo, que no entiendo un verso de Gloria Fuertes sin acordarme de Yolanda, que cualquier canción de Rozalén me remite a Noelia, que todos los libros de Jane Austen son de Patricia porque la conoce y la ama, que Amaral es, en esencia, Alicia; que Bad Bunny es sinónimo de Carmen, que el Atleti son Víctor y Elena y esta última también es, cómo no serlo, el puto indie; que Cinta es un libro de lingüística, que Patri es cualquier verso de Carmen Camacho, que María Jesús es una canción de Kase O. o de Los Chikos y también es bendito feminismo, que Marina podría ser la abanderada de cualquier causa perdida, de cualquier relato histórico, de cualquier película de Godard; que Daniela son las tensiones entre Onetti y Vilariño fluctuando, devorándose y toda la literatura hispanoamericana que me recorre.

Estoy segura de que faltan muchísimos en esta breve lista: pido clemencia, no se enfaden.

A mí me parece fascinante que libros, películas y canciones nos pertenezcan de algún modo, que conformen identidades, que supongan conquistas íntimas. Detesto a la gente a la que no puedo asociarle nada porque están vacíos de ideas y se proyectan como entes raquíticos de emoción y sentido. Lo decía Michi Panero y creo que bastante de cierto hay en esa movida: en esta vida se puede ser de todo menos un coñazo.


sábado, 30 de mayo de 2020


Existen días en los que me encuentro hilarante, ingeniosa, ácida, entusiasmada, un poco cachonda, un tanto festiva. Estos días son los que más hablo con mis amigos y estoy activísima en todas mis redes sociales. Suele sucederme también, porque la vida sabe cómo tensionarnos, que al día siguiente me encuentro decaída, tardo muchísimo en contestar, apenas miro las redes ni publico nada. Esta apatía me domina durante varios días. Sólo me dejo ver mediante favoritos esporádicos en Twitter y leo textos tristísimos y escucho canciones en acústico que aparecen en la columna derecha de Spotify. La primera vez que esto me sucedió, esta tristeza tan súbita, ingobernable, inexplicable, tenía catorce años y me encontraba frente al Messenger. De repente, me sentí rara y vacía frente a una suerte de anarquía de zumbidos e iconitos horteras.

A mi yo adolescente debo confesarle: vamos a convivir con esta mierda toda la vida, pero siempre supimos disimular. Saldremos adelante.

Cuando todo esto se me pasa, miento a mis colegas y les escribo: ay, no había leído esto, perdona que te conteste tan tarde. Yo creo que ellos ya me conocen y me perdonan estas repentinas irrupciones de soledad.

*

El viernes me emborraché escuchando a los Cranberries, que es el grupo favorito de A. Me tomé varias cervezas mientras sonaban Cordell y Animal Instinct en bucle y hubo un momento en que creí que te ibas a desgastar en mi mente. ¿De esto iba la movida, no?

*

Siempre termino interesándome por chavales que escriben. Es ahí –justo ahí y no en otro lugar– donde puedo detectar su verdadera idiosincrasia, su verdadero yo. Decía Salinas –a mí me parece un verso hermosísimo, aunque discrepe por entero de él–: “Yo no necesito tiempo / para saber cómo eres: / conocerse es el relámpago". Ojalá fuese tan inocente como para creerme algo así.

*

El jueves estuve viendo un concierto de LODVG de 2007. Estaba eufórica. Cantaba a pleno pulmón “La playa” y “París”. Mis vecinos deben de estar hartos de mí y también –lo sé– todos los compañeros de piso que he tenido.

De repente, me sobrevino esta tristeza hondísima y tuve que cerrar YouTube rápidamente. Todo esto puede sucederme en un mismo día.

Todos los tíos que me gustan guardan este mismo patrón: chavales inteligentes, dialécticamente brillantes, sociales, divertidos, juguetones y, de repente, el mismo ataquito siamés. Aislados, herméticos, así acabamos: desgastados.

Cuando me encuentro en esta encrucijada, siempre me acuerdo de un capítulo de Los Simpson. En él Marge se convierte en carpintera, aunque Homer deberá aparentar que es él el que arregla las cosas porque Springfield, al fin y al cabo, es machista hasta la saciedad. Al final del capítulo, se revela la verdad: Homer no tiene ni puta idea y tiene que ser Marge la que arregle la vieja montaña rusa.

Así me veo yo constantemente, improvisando agónicamente, tratando de recomponer todas las piezas rotas antes de que todo se destruya. El problema es que yo nunca fui buena con las reparaciones y, mientras intento depurar dramas ajenos, yo me voy descomponiendo muy lentamente.

*

"En el amor, como en la muerte, es imposible entrar dos veces". Escribe Bauman.

*
Querer saberlo todo de esa persona, pero con el miedo y la decepción bordeándonos puntualmente. Por este motivo no fluyo, nunca me lanzo a aguas inexploradas porque la edad me ha hecho más pusilánime o más precavida. Hace años me arrojaba sin pensarlo, con un salto tierno, muy poco enigmático. Ahora tengo que entrar despacio, bañándome por los tobillos, las rodillas, los muslos. Tanteo, tanteo, tanteo. Tardo muchísimo en sumergirme y, para cuando estoy decidida, ya creo que el mar se ha cansado de mí.

*

Mi propósito para la nueva normalidad es tener la confianza que deposita Luis Antonio de Villena en sí mismo cada mañana cuando elige el outfit.




lunes, 20 de abril de 2020

¿Saben cuando se lee un libro o se escucha una canción o se ve una película y le deja a uno esa sensación de trascendencia, de vacío, como si le hubiese estirado por dentro y de repente, en ese justo momento de tensión absoluta, la vida se repliega? A veces siento que no es catarsis, sino equilibrio.

*

Escribo porque soy una cobarde. Escribo para refugiarme en el pacto ficcional y hacer pasar los ángulos y matices por irreales. Escribo porque soy incapaz de enfrentarme -tan frecuentemente- a mis emociones. Escribo para sobrevivir.

*

Siempre me cuelgo de tíos tramposos con taritas emocionales. Cuando hablo con mis amigas, advertimos mi complejo de psicóloga o de ONG con estos tipos y nos reímos mucho. Después pasamos a mi movida del horizonte de los treinta, que consiste en una crisis prematura, observándome sin cambio alguno, como si la vida sucediese y yo me hubiese quedado estancada en unos eternos dieciocho: sin aspiraciones, sin inquietudes.
Ellas me consuelan, me confiesan que ahora soy casi independiente, con cierto atisbo de madurez, que ya me empiezan a bordear las arrugas por reír tantísimo. Es curioso que yo sólo me vea así, en una eterna adolescencia prolongada, tiernamente vulnerable, tiernamente infantil.

*

La hipocresía era esto: de lunes a jueves les repito a mis alumnos, casi como un mantra obligado, que no beban ni se droguen. Los viernes, sin embargo, me lanzo a las terrazas como una adolescente más, basculando entre discursos raquíticos de misterio, compartiendo cervezas con tipos faltos de idiosincrasia, aunque bastante cómicos. Después llego a casa, extenuada y un poco borracha, con la única idea de tocarme pensando en algo que me emocione.

*

El otro día le comentaba a C. que siempre acabamos hablando de lo mismo: literatura, educación, feminismo y amor. Creo que, al fin y al cabo, mi tema favorito siempre va a ser la vida.

*

Escuchar música y acordarte instantáneamente de alguien me parece una de las muestras de afecto más sinceras que pueden existir. Ayer era domingo y Spotify decidió poner la versión en acústico de "Laberintos" de Amaral. No la he enviado a nadie, pero sí sabría a quién dedicársela puntualmente.

*

Escribe Jabois: "No hay paraíso más resistente que el de los dieciocho años".





lunes, 13 de abril de 2020


Cuando tenía 20 años pinté mi habitación de estudiante con versos de González Iglesias y Luis Alberto de Cuenca porque, entonces, me creía enamoradísima de un chaval que resultó ser un mediocre. Es cierto que destrocé con versos cursis el mobiliario y que, de aquella, no me importaba ni la fianza ni el orgullo propio. Ahora mi único temor es que este ridículo íntimo se torne público porque esa habitación vuelva a ser alquilada y mi historia se convierta en un mísero hilo de Twitter.

*

Yo sé que alguien me gusta, no porque piense en él constantemente, yo sé que alguien me gusta porque siento mi cuerpo duro y blando simultáneamente y en esta suerte de antítesis pretendo resolverte.

*

Encuentro momentos casi catárticos en mi rutina. Eran las cinco de la tarde y leía a Leila Guerriero mientras escuchaba una de las sesiones de radio de Novedades Carminha. Tenía el pelo húmedo –quien me conoce desde hace años sabe que amo esta sensación irracional hasta el clímax– y yo no podía parar de debilitar el grafito subrayando versos de manera obsesiva y compulsiva. ¿Era esta otra nueva forma de encontrarme? Siempre dejo atrapadas estas vivencias radicales en las notas de mi móvil.

*

Anoche escuché “Los jardines de marzo” de La Bien Querida bajo una luz amarilla y limpísima. Cuando cantó eso de “todo el mundo tiene una infancia que resuena en las esquinas de su casa” no pude evitar llorar.

*

Ahora es lunes y escribo con “Luz de agosto en Gijón” de Vegas de fondo. A veces también me siento, en esta tragedia colectiva, vacía de todo, menos de ansiedad.

*

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? se pregunta Raymond Carver desde mi estantería y también me lo cuestiono yo, con el miedo ensordecedor gravitando cada noche.

*

Escribe Ángel González un versito intenso e insoportable al que me agarro con relativa frecuencia: “Esa música… / Se llama simplemente: canción. / Pero no es sólo eso. / Es también la tristeza”.

domingo, 12 de enero de 2020

Veo a mujeres fuertes, inteligentes y autónomas todos los días en mi trabajo. Ellas arrastran su soledad por los pasillos y yo las admiro por entero, como si contemplase deidades extrañas. A veces me confiesan su vida: a cuántos años se han hipotecado, cómo odian Madrid centro, cuántos novios las han dejado, por qué se sienten maltrechas y rotas.
Cuando vuelvo a casa me abordan estas imágenes y pienso en lo provisionales y fragmentarios que nos hemos vuelto. Me gustaría decirles que ellas no tienen la culpa, que es esta sociedad la que ha olvidado los nexos y los anclajes.

*

Supongo que el amor en tiempos líquidos está vinculado a esto: desear y temer un nombre.

*

Este mes he recordado que cuando era adolescente anhelaba que el chaval que me gustaba por entonces eligiese el segundo movimiento de La Ley Innata  para entrar en sincronía. Es cierto que ahora me conformo con muchísimo menos.

*

Confieso que cuando llegué a Salamanca con dieciocho años era una tierna idealista. Me abrumaba conocer a tantas personas con los valores arraigados, la inteligencia desmedida, el discurso y el debate siempre carburando. Llegué a enamorarme de personas así, con un bagaje cultural desbordado, con sus contactitos en todos los círculos literarios que puede haber en una capital de provincias. Al final, sin sorpresa, me cansé de todos. 

*

En Fleabag hay una escena sobrecogedora que sentimos como propia las mujeres agotadas: "I want someone to tell me what to wear every morning. I want someone to tell me what to eat, what to like, what to hate, what to rage about. What to listen to, what band to like, what to buy tickerts for. What to joke about, what to not joke about. I want someone to tell me what to believe in. Who to vote for and who to love and how to tell them. I think I just want someonte to tell me how to live my life, Father, because so far I think I've been getting it wrong".

*

Hoy en Madrid el sol es una estufa de butano y tengo cerveza en el frigorífico: tampoco es cuestión de flagelarse.