domingo, 21 de enero de 2024

 Leí en un libro de Marta Jiménez Serrano que el deseo más absurdo y más estéril es querer que el otro quiera. 

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Besarte muy despacio, llevarte a una obra de Angélica Liddell, explicarte que estoy obsesionada con la proporción áurea desde los quince años, no entender nada del amor ni pretenderlo, generar una intimidad compacta y sólida.

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Madrid es como una vorágine: un sábado en esta ciudad es como tocar el cielo; un domingo en esta ciudad es como ver arder el mundo.

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A veces expresar la tristeza me parece la manera más certera de comprenderla. Solo acudo aquí cuando no encuentro palabras ni consuelo posible. Sé que este es mi refugio porque me lee un número reducido de personas: tan reducido que a veces solo es mi yo del futuro. Me gusta escribir aquí mis emociones, desangrarme, que la razón no influya, puro nervio, puro corazón. A veces las palabras me salen sin sentido, son conatos de versos o poemas, no lo sé. Quizás me gustaría enviarle todo esto a mis amores pasados y agradecerles que la decepción es amarga, pero me hizo más fuerte.

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Pasa tan despacio el tiempo en Argüelles los domingos. Parece que el tiempo se hubiese detenido: la indiferencia acechándome. Un domingo extremo en el que estoy en pijama, vagos recuerdos, imágenes inconexas. Ayer pensé en un poema mientras pegaba varias caladas a un cigarro en Argumosa con mi amigo A. No lo apunté.



lunes, 1 de enero de 2024

 Empecé este 2024 completamente rota y desolada. Leí este poema de Gloria Fuertes:


A primeros de enero de un año cualquiera,

con amores y nombres seleccionados,

con los huesos maduros a mitad de mi vida

me PROMETO solemne no sufrir demasiado. 


Si me pegan, que peguen,

si me aciertan, me han dado,

y si pierdo en la Rifa,

será porque he jugado. 


Me fastidian las penas,

me da alergia el enfado,

con el ceño fruncido

parezco un feto raro.

Año nuevo vida nueva

(¡Qué tópico más sano!)

Nueva luz ilumina

mi ascensor apagado

de subir a deshora

de estar comunicando,

de hacer la angustia en verso

de hacer el tonto en vano,

de sembrar mis insomnios

de tachuelas y clavos. 


A mitad de mi vida

de par en par sonrisa y puerta abro,

—que no quiero acabar por los pasillos

con el corazón apolillado—.


PROMETO no volver

a ahogaros en mi llanto,

no volver a sufrir,

sin un motivo muy

justificado.