viernes, 7 de agosto de 2020

Observo en esta nueva realidad que nos acecha parejas sin hablarse, sin tan siquiera mirarse, ajenos el uno al otro, sumergidos en sus gintonics, bebiendo muy despacio en un trance agónico e incómodo. Confieso que me abruman estas situaciones y pienso inmediatamente en cuántas conversaciones nos quedan a nosotros.

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Te voy a contar algo que te va a cambiar la vida: a las chavalas ya no nos pone el sadboy de manual, ahora ansiamos cuidados y atenciones porque cuidarse es la nueva revolución. No lo digo yo, lo afirma Marina Garcés. Ojalá lo hubiese aprendido antes: el amor es terriblemente punk. 

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«Este momento de nunca más, de nudos ahogando la realidad, yo no lo quiero ya, no lo quiero ya». Esta canción de Xoel es mi nueva obsesión. 

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¿Es aburrimiento o es tristeza? me preguntó mi madre una mañana de sábado. No supe responder. Tengo miedo a no ser feliz porque soy consciente de que la felicidad nunca es permanente. También esta idea me apasiona: no llegar nunca a conquistarla, no llegar nunca a saberla, poder enfrentarte a momentos de euforia y confundirlo todo. ¿Es lo inasible todo a lo que siempre he aspirado en mi vida?

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Leí en Twitter unas cartas entre Silvina Ocampo y Alejandra Pizarnik en las que ambas se ponían muy cachondas. El género epistolar entre autores, aquellos que se buscan incansablemente, siempre me recuerda a esos mensajes a las cuatro de la mañana que he recibido y he escrito borracha. Menos mal que en nuestra sociedad existe la obsolescencia programada. 

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Hablo con mi casera por WhatsApp mientras suena Maldita Dulzura de Vetusta Morla con Carla Morrison. Estoy medio drogada porque me han sacado dos muelas del juicio. La vida adulta, un vaivén de sinsentido, soledad y atajos infinitos.