lunes, 10 de febrero de 2014

No voy a publicarlo.
Ni voy a decir que las noches que faltas
-que, por otro lado, son eternas-
leo tus palabras para aferrarme a algo,
para llenarme de todas tus debilidades,
para hacerlas un poco mías,
para soportar tus gravedades
-para evitar que la fuerza te haga caer-.

A veces hace más frío dentro de mí
que en cualquiera de estas calles
donde me pierdo y me busco
sin encontrarte.
Ay, las ciudades que nos separan.

Hay esquinas veladas de mí que incluso yo me desconozco
porque nunca nadie ha varado
-los miedos ajenos que aterran-.

Me pesan las palabras en la boca,
jamás he sido proclive a las dietas verbales
y estallo, estallo, estallo.

No voy a publicarme.
Los verbos de movimiento son tu especialidad:
las idas y venidas.
Los paréntesis.

Te leo y me sacudo.
Para no cortarme de un tajo las ideas.
Para no enloquecer.

Las noches siguen eternas.
Porque necesito creer en tu protesta.
Todo son excusas: lo único que yo quiero es mirarte a los ojos.
Estado civil: espero.

Y espero que olvides
que detrás de la literatura solo hay literatura.
Porque las clases de teoría solo quedan en malas praxis.

Recuerda que el apéndice del hombre es el alma,
que quiero que me arranques todo,
me desdigas cada una de mis verdades,
desalojes las miserias y me ofrezcas

c a s a

en tu boca.


Ay, las ciudades que nos esperan.

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