domingo, 23 de marzo de 2025

 Leí un poema de Emily Dickinson que me gustó: «Sentí un funeral en mi cerebro». Traduce Silvina Ocampo.

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El jueves llovió en Madrid. Decidí entrar en Filmin y suplir ciertas carencias culturales. Vi Un tranvía llamado Deseo. Me resultó fascinante lo atractivo que puede ser Marlon Brando sudado, iracundo y déspota y también observé la necesidad de la validación masculina en Vivien Leigh, quien en Lo que el viento se llevó ya había manifestado esta urgencia. Me resultó conmovedora la escena en la que a Blanche DuBois la rechazan por no ser una mujer con una moral estrictamente recta. Ella mira a su amante, con los ojos bellos y diáfanos y grandes, y le responde: «¿Recta? ¿Qué significa recta? Una línea puede ser recta o una calle. ¿Pero el corazón de un ser humano?»

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Escuché esto de Amaia: «Si nos encontráramos con veinticuatro años, nos confesaríamos en la cola del baño».

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Hoy caminaba por Moncloa en una mañana franca y honesta. Llevaba Noches de bodas del nuevo disco de La Bien Querida. Me gustó la intertextualidad que juega con Borges en eso de «estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo; no es solo una emoción, es un conocimiento»

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También esto de La Bien Querida en esa misma canción: «Lo precioso es este instante que se va, que se va, que se va, que se va, que se va, que se va». Me recordó a todos esos momentos efímeros que he vivido, que quise asir con todas mis fuerzas y terminaron por destruirme.

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Mientras me pintaba el eyeliner con Valeria Castro de fondo me acordé del momento en el que supiste que me había besado con uno de tus amigos. Me contaron que tuviste un ataque de celos desmedido y que fuiste incapaz de ocultarlo. Este tema siempre fue un tabú entre nosotros, pero pude sentir un vértigo inmenso y un vacío insostenible entre los dos desde ese momento.

Ya nunca volvimos a hablar de política. Ya nunca fuimos a las fiestas de PCE, ni nos miramos de frente en La Latina. Tampoco traté de hacerme la interesante mientras veíamos Cachitos y lo comentábamos por WhatsApp y tú jamás volviste a enviarme cualquier artículo de periódico como una infame excusa. 

Aún te miro de soslayo y pienso en el futuro que se nos escapó por este miedo gregario, siempre gravitando alrededor. Aún te miro de soslayo y pienso en el quiebre de la intimidad que un día fundamos.

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Anoche leí todos los mensajes que nos enviamos con veinte años. Pensé que en la mayoría de las personas existe una corriente indómita y peligrosa llamada miedo o arrepentimiento. En esa mujer no los reconocí y sentí orgullo.

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Escribe Mary Oliver: «existe solo una pregunta: / ¿cómo amar este mundo?»


martes, 18 de marzo de 2025

 Escribir desde la nostalgia: el peligro.

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Desvincular universos personales de relatos que aún nos afectan: una misión pendiente.

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Establecer una comunicación unidireccional a través de un blog: una herida abierta.

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Observar ciertas sombras grisáceas en el cabello, asumir el transcurso del tiempo como algo más común que incierto: lo inexorable.

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Explicar a unos niños un poema, explicar el tempus fugit, explicar que nacer es ir muriendo: ojos como platos, silencio estremecedor. 

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Camino por el barrio escuchando Con las ganas de Zahara. Parece sucederse un atisbo ligero de lluvia. Voy a recoger un vinilo que compré en Vinted. He vuelto de Budapest y me hubiese gustado escribirte cómo me sentí allí, varada en una ciudad inmensa cargada de un relato patético y hermoso. Me hubiese gustado perderme por el barrio judío contigo, ver tus ojos impresionados por la historia de este país, ver tus ojos impresionados por los restos soviéticos de este país, ver tus ojos impresionados por la inmensidad del Danubio, y besarte muy despacio, muy despacio, muy hondamente, excesivamente triste. 

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Afecto y dignidad: aspiración.

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Ojalá siempre te acuerdes de mí en un momento cualquiera, en una situación cotidiana. No me interesa la trascendencia, sino lo atávico. 

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Me obsesiona el momento exacto en el que percibo que soy objeto de deseo de alguien. Me obsesiona porque suele ser una mirada imperceptible para el resto de personas, una óptica subterránea que gravita y late, un movimiento insignificante cargado de semántica, una palabra ambigua que desanuda el deseo. Hoy iba contemplando la lluvia y pensé en aquellos momentos en los que lo percibí ahí, sigiloso e indomable, un volcán a punto de erupcionar, una corriente de agua desbordándose, ligera y fresca, aterradora. Pensé en cuando te miré a los ojos por primera vez en la plaza de San Justo y lo percibí; pensé en el momento en el que recibí un WhatsApp de un contacto desconocido con un poema y lo percibí; pensé en cuando me hiciste una broma en la cafetería del instituto y me miraste después de soslayo (y lo percibí); pensé en cuando te acercaste a mí en la sala de profesores para recomendarme un libro y lo percibí; pensé en cuando me escribiste para invitarme a un recital de poesía y lo percibí. Siempre está ahí, denso y pesado, oculto y telúrico, el deseo, la confesión, el miedo.

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Este fin de semana vi Adolescence. Fue una historia que me consternó porque en ella se retrata la masculinidad tóxica, la necesidad de pertenencia y aceptación, la influencia de las redes sociales y la difusión de ciertas ideologías a través de estas. Resulta absurdo no establecer una analogía cuando trabajo con adolescentes y me enfrento a este tipo de discursos cada día: discursos que consideran que el feminismo es una lacra y que la homofobia y la aporofobia están legitimadas. Hoy me acordé de la serie porque en Spotify me sonó Cambia! de C. Tangana. Quizás mañana comience mis clases con ella.

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Dice Lorena G. Maldonado en su Twitter: «Se sabe que uno ama porque mide el tiempo, que duele y es pesado hasta que sucede lo que tú quieres que suceda (un encuentro, una palabra, una fiesta, un beso). Qué hermoso dejar de amar y observar, de nuevo, cómo el tiempo corre fresco y deprisa... El tiempo como una fuente clara».

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Es imposible enamorarse dos veces de una misma persona: bien porque la persona cambia o porque los sentimientos se modifican. A mí me quedará el recuerdo. 

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Esta carta que escribió Gramsci a su hijo: «Me siento algo cansado y no puedo escribirte mucho. Tú escríbeme siempre y acerca de todo lo que te interese en la escuela. Yo creo que te gusta la historia, como me gustaba a mí cuando tenía tu edad, porque se refiere a los hombres vivos, y todo lo que se refiere a los hombres, a cuantos más hombres sea posible, a todos los hombres del mundo en cuanto se unen entre ellos en sociedad y trabajan y luchan y se mejoran a sí mismos, no puede no gustarte más que cualquier otra cosa. Pero, ¿es así? Te abrazo. Antonio».


domingo, 23 de febrero de 2025

Aún me acuerdo cuando leí este verso de Frank O'Hara y temblé: «En tiempos de crisis, todos debemos decidir una y otra vez a quién queremos».

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Todo el mundo añora secretamente a alguien. Esto lo escribí hace un par de años. Lo percibí porque siempre que me reunía con mis amigos me remitían a un viejo amor que les había hecho añicos. Advertí la idealización, aquellos defectos que detestaba de ti y que habían sido neutralizados y reducidos a una pasajera anécdota divertida. Pensé, también, en si alguien me añoraría durante el transcurso de un domingo anodino, si alguien se acordaría de que hubo una vez que titubeé ante el amor para después lanzarme a él salvaje e indómita.

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Anoche soñé contigo. Nos encerrábamos en un hotel y hablábamos durante horas de lo que jamás había hablado. No nos besábamos, no nos tocábamos. Me pareció un sueño terriblemente hermoso y pueril, una suerte de estado de gracia al que jamás regresaríamos. Después me desperté y te recordé durante un par de minutos. Pensé en ti mientras me pintaba el eyeliner a las 6:25 con una precisión vaga y dudosa (pintarme el eyeliner frente al espejo mientras pienso en un hombre siempre me ha parecido un ejercicio de erotismo baldío). Pensé en ti cuando el metro entró en el andén como un animal iracundo y desbocado. Pensé en ti cuando me encontré con el hombre que siempre se sienta frente a mí leyendo a Emmanuel Carrère en francés. 

Volví a releer tus mensajes y pensé en aquello que dudaste, escribiste, borraste, reescribiste. Pensé en la posibilidad de un contenido y de un sentido completamente distinto. Cómo sería de diferente nuestra vida si hubiésemos elegido otro discurso, si nuestras acciones hubiesen sido dispares, si nuestras decisiones no hubiesen estado condicionadas por el miedo. Pensé en esa posibilidad varios minutos y me pregunté cómo hacían los otros para vivir así, sin esta desesperación atravesándoles la sangre, las arterias, el cerebro y todos los recovecos que aún tienen vida. 

Pensé en los proyectos yermos, en las palabras que escribiste y borraste por ser imprecisas, en el nerviosismo que recorrió tu cuerpo sentado frente al ordenador (este estado de impaciencia que yo siento mientras escribo esta confesión desesperada), en cómo nuestra vida sería diferente si hubiésemos reunido el valor suficiente para decirnos que nos fascinábamos mutuamente, aunque este amor fuese algo estéril y caduco. 

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Hay veces que escribo con mucha calma y otras, como esta, en las que escribo como si tuviese alojados en la garganta la náusea, el vómito. Escribo para calmar este designio porque siento el amor así: intempestivo, corrosivo, desleal y errático.

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He vuelto a ver Normal People después de cuatro años. Es curioso que, cuando la terminé, volví a leer la reflexión que hice en Instagram acerca de ella. Me centraba en la importancia de la individualidad y del amor propio y cómo me rompieron por dentro las incertidumbres y las inseguridades de los protagonistas. Quizás ahora me centraría en la importancia de la identidad y la pertenencia a la comunidad: qué nos lleva a querer pertenecer, la otredad, el valor de la aceptación, la violencia y el placer confluyendo en un mismo cuerpo para satisfacer al otro (¿Marianne deseaba realmente esa forma de sexo o, simplemente, había asumido esa condición con el propósito de que alguien la quisiera de manera honesta?; ¿es el trauma y el dolor desde la infancia un laberinto inescrutable del que es imposible escapar?). 

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Hay una nueva canción de Zahara que dice: «¿Qué más dará la belleza y la juventud, incluso el sexo que tanto has perseguido, que has querido conservar, que has protegido? ¿Qué más dará cuando lo que de verdad te ha conmovido ha sido la ternura? ¿Qué más dará ahora la cantidad de veces que ayunaste, te metiste en la cama muerta de hambre, que no saliste porque te sentías la nada, que tu cuerpo era una talla, una cárcel, una trampa? Nada dura demasiado, tampoco la tristeza que no te deja vivir, ni el pecho alto, ni el nudo en la tripa, ni los besos a escondidas, ni tu canción favorita o el verano de tu vida, ni el cocido de tu abuela, ni el paseo por la arena, ni la noche en vela, ni el dolor de muelas, ni la corrida en su boca, ni el sentirte que estás loca o cuando te dejan rota, ni siquiera la derrota. Ni el vértigo o las náuseas, ni el pánico o las lágrimas, ni tu ídolo o la lástima, ni el público o las rayas, ni el dinero de tu cuenta, ni el miedo a perderla, ni el querer morirse porque no contesta. ¿Qué más dará la belleza y la juventud, incluso el sexo que tanto has perseguido, que has querido conservar, que has protegido? ¿Qué más dará cuando lo que de verdad te ha conmovido ha sido la ternura?».

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La falta de compromiso es deserotizante. 

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En un mundo atomizado y consumista, el compromiso resulta subversivo.

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Escribe Mary Oliver: «no tienes que ser buena / no tienes que atravesar el desierto / de rodillas arrepintiéndote / solo tienes que dejar que ese / animal / que es tu cuerpo ame lo que ama».

sábado, 15 de febrero de 2025

 Escucho en la cafetería de mi instituto que las mujeres de hoy en día somos egoístas por no querer tener hijos con veinte y tantos años. Me gustaría mirarles a los ojos y decirles que el feminismo me liberó de aguantar dinámicas que no quería, de soportar historias venenosas e intrascendentales. También pensé en que nos vertebran condiciones económicas y socioculturales diferentes, aunque se empeñen en repetirme con insistencia que el problema de la vivienda es algo que siempre ha gravitado en nuestro país. Al fin y al cabo, pensé, todo es política, incluso la maternidad.

Después tomé el café y no dije nada. 

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Volví a encontrarme meses después con una persona con la que tuve mucha química. A veces resulta complicado y doloroso gestionar situaciones en las que sientes una cuerda firmemente tensa uniéndote a alguien, un vacío imperturbable, una extraña energía insondable conectándote a una toma de tierra. 

La historia no terminó de resolverse porque me sentía en una eterna competición de egos constante. Recuerdo que te conocí en época de postpandemia y nos saltábamos el toque de queda juntos. Nuestro grupo de amigos se iba disolviendo lentamente, como gotitas de vapor, hasta que nos quedábamos solos en cualquier terraza de La Latina. Entonces nos mirábamos a los ojos. 

Pienso en aquel día en el que te miré de frente, junto a la boca de metro, a escasos milímetros, y podía sentir cómo gravitaba entre nosotros el miedo y la decepción. Yo sentía tus ojos de animal colérico y hambriento sobre mí, como un pozo negro de abismo indescifrable. Quise detener el tiempo en aquella plaza de Madrid, como si la vida no importase, como si nuestras diferencias no importasen. Jamás nos besamos. 

Han transcurrido varios años desde que nos encontramos y hemos conocido a más personas desde entonces. Es curioso que, siempre después de coincidir, aún me mandes un WhatsApp preguntándome si he llegado bien a casa.

Es la primera vez que escribo en este blog sobre ti.

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El viernes pasado vi por primera vez Princesas de Fernando León de Aranoa. Me gustó eso que decía Candela Peña de que existimos porque alguien nos piensa y no al revés. 

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Dice también Candela Peña en esta película: "Es rara, ¿no? La nostalgia.. porque tener nostalgia en sí no es malo, eso significa que te han pasado cosas buenas y las echas de menos. Yo, por ejemplo, no tengo nostalgia de nada porque nunca me ha pasado nada tan bueno como para echarlo de menos. Eso sí que es una putada. ¿Se podrá tener nostalgia de algo que aún no ha pasado? Porque a mí a veces me pasa. Me pasa que me imagino cómo van a ser las cosas y luego me da pena cuando me doy cuenta de que aún no han pasado y que quizás no pasen nunca. Y entonces me entra la nostalgia y me pongo súper triste, pero es como una tristeza a cuenta, como la fianza de cuando alquilas una casa pero con tristeza, que la pones por delante porque, total, sabes que la vas a acabar utilizando igual". 

Yo siento nostalgia de todas las vivencias que no he compartido contigo.

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Después de la película, hubo un coloquio entre Fernando León de Aranoa y Juan Diego Botto en el que conversaron sobre la importancia de visibilizar las periferias y los márgenes, todo aquello que se encuentra forcluido para la sociedad. Me acordé de la película de Botto, En los márgenes, donde aborda la problemática de los desahucios y los fondos buitres como uno de los cánceres más certeros e irreversibles. 

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¿Qué es un deseo cuando se cede a este?

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El domingo fui al Prado. Cogí el autobús desde mi barrio en una mañana soleada y fría de febrero. Contemplé un Madrid pacífico y manso mientras escuchaba La Bien Querida en los auriculares. Me pareció la ciudad más hermosa para esta etapa vital posadolescente en la que sigo atravesada.

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Ayer terminé Intermezzo de Sally Rooney y cené sushi. No me ha parecido el mejor libro de la irlandesa, pero aún así lloré. Es divertido cumplir clichés y no sentir culpa por ello.

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Esta mañana he ido a comprar al supermercado y, mientras escuchaba música y la tote bag me ondeaba al compás de mis pasos, pensaba en la trascendencia, yogures caducados, los afectos, berenjenas rellenas para mañana, desequilibrio, queso cottage, relaciones de poder.

Pagué y caminé por un barrio hospitalario y hermoso.

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Ambivalencia y conmiseración son palabras que me gustaría incluir en algunos de estos textos.

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Amor y política: un imaginario colectivo, un mantra, un espacio compartido, un poema, una herida, una manera de llegar a ti.

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Dice Alfonsina Storni: "Yo nací para el amor".


domingo, 26 de enero de 2025

Recuerdo que en marzo de hace un año quedé con un chico con el que intercambiaba, de vez en cuando, algunas interacciones por Instagram. El tipo me parecía interesante porque compartíamos gremio y porque había estudiado filosofía en Salamanca. La primera vez que nos vimos fue a la salida del metro. Recuerdo que llovía débilmente, yo llevaba los auriculares con una canción ingrata y triste y él resguardaba en sus manos un libro de Unamuno. Mientras caminábamos, me preguntó si sabía quién era Unamuno. Le contesté que tenía el récord de tiempo en el que un hombre me había hecho mansplaining. Él simplemente esbozó una sonrisa tímida y avergonzada y me contempló de arriba a abajo.

Cuando llegamos al bar, me comentó que ese verano se iría con sus padres de viaje a la India. Me acuerdo que me reí sarcásticamente y le respondí que yo me iría, como todos los años, una semana a un pueblecito de Andalucía. Me contó que sus padres eran profesores universitarios y después toda la relación de países que había visitado a lo largo de su vida. Aquí está, pensé: la diferencia de clases sociales. Mientras me bebía la cerveza lo miraba muy fijamente. Aquí está, pensé: el capital cultural.  

No volví a llamarlo. 

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Me regaló mi ex un libro de Catherine Hakim en el que abordaba el concepto de capital erótico. Me resultó obvio, quizás, saber que se pueden obtener ventajas sociales por ser atractivo. Hakim también revela que las mujeres pueden aprovecharse de este capital erótico para adquirir un mayor espacio en la vida social. Pensé que quizás la crítica que podría hacérsele es que hay que destruir el modelo de belleza hegemónico que el patriarcado nos ha impuesto y no adaptarse a él para conseguir aceptación.

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Esta Navidad vi Past Lives. Me acordé de ti por esa continua relación virtual e intermitente que establecen durante años. Me atravesó el concepto que aparece: in-yeon. 

«Hay una palabra en coreano: in-yeon. Significa providencia o destino. Pero se trata específicamente de relaciones entre personas. Creo que proviene del budismo y la reencarnación. Es in-yeon si dos extraños se cruzan en la calle y sus ropas se rozan accidentalmente es porque significa que debió haber algo entre ellos en sus vidas pasadas. Si dos personas se casan, dicen que es porque ha habido ocho mil capas de in-yeon a lo largo de ocho mil vidas».

Todo esto me dejó completamente abatida y rota. Pensé, también, en el concepto de identidad porque encontramos dos personajes que continuamente están buscando descubrir su yo; pensé también en la difícil elección de migrar a otro país y adaptase a él; pensé en que ella se manifiesta como una mujer poderosa dominada por la ambición y él la acepta y la ama tal como es. 

Esto es Past Lives y por eso pensé en ti: la iconografía de un fracaso. 

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También vi esta Navidad la serie de Alauda Ruiz de Azúa, Querer. Creo que no tengo palabras para especificar todo lo que sentí. Querer, mentir, juzgar, perder. Hay realidades silenciadas y olvidadas que existen, la violencia sexual dentro del matrimonio es una de ellas. Me dejó absolutamente conmocionada y guardé, pese a que a la serie es brutal y durísima, cierto halo de esperanza para esas mujeres que arrastrarán durante años una malograda existencia. 

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Cuando regresé a Madrid fui al Círculo de Bellas Artes a ver el mediometraje de Elena López Riera, Las novias del sur. Me gustó observar a mujeres de diferentes generaciones hablar del deseo, del amor y del sexo. También se habló del miedo, de las no-novias en los márgenes de las fotografías de boda, de herencias extrañas, de encontrar el amor con 75 años, de la maternidad y de la no-maternidad, del cambio generacional en la forma de establecer relaciones, si bien desear siempre excede el cronotopo. Me gustó algo que dijo Elena en el coloquio posterior: yo soy una militante del amor.

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Amor, amor y lenguaje.

He asumido que tenemos vida absolutamente antitéticas y también paralelas. Mientras yo sigo regida por el deseo y la inestabilidad relacional, tú mantienes una relación pulcra, ideal y estable de muchos años. 

Sin embargo, tengo el corazón absolutamente tranquilo, controlo mis emociones y adoro mi vida desatenta y sencilla. 

Nos observo en el mismo plano, hastío vital insoportable.

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Dice Nawja Nimri en Las virgen roja que toda ficción es por definición conservadora.

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El deseo es interesante.

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Ayer vi el documental No other land y constaté que lo que se le está haciendo al pueblo palestino tiene nombre y se llama genocidio. He roto relaciones personales porque descubrí a personas a las que quería defender a Israel y no me arrepiento.

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«¿Cómo sujetar mi alma para que no roce la tuya? / ¿Cómo debo elevarla hasta las otras cosas sobre ti?» Escribe Rilke. 



lunes, 30 de diciembre de 2024

Suena Una estrella de La Bien Querida mientras contemplo los ascensores de las cuatro torres y asciendo desde un túnel de Plaza Castilla subida en un autobús interurbano. Los veo subir y bajar, sucediéndose en una alternancia singular, y me parece estar ante una experiencia sensorial inaudita, aunque tengo la certeza de que ya he escrito sobre esto mucho antes. Contemplo los ascensores en esta tibia noche y pienso en el tiempo que nunca vamos a poder recuperar, me sobreviene mi obsesión con la muerte y el miedo que ello conlleva, y también pienso en ti justo en esa parte en la que La Bien Querida canta algo que a mí me resulta doloroso y enigmático: te me escapas como el tiempo, como el agua entre los dedos te me escapas de las manos. Podría habértelo escrito aquel noviembre y no me hubiese equivocado. 

Esto lo anoté mientras caminaba por las calles de Chamberí desasosegada e intranquila para hacerme una citología. 

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Voy en la autovía escuchando Las cenizas de Holgado y observo a un motociclista que va en dirección contraria. De repente me invade un pensamiento intrusivo sobre la muerte. Esto me suele suceder más de lo que desearía.

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Pienso que somos víctimas de nuestro tiempo y que es imposible desligarse de él, por eso estamos abocados al fracaso en el plano relacional. También sé que te esperaría toda la eternidad y podríamos hablar de Eva Illouz, tal vez. 

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Recuerdo cuando cambié tu nombre en la agenda del móvil. Fue como transfigurarte, pasarte por un tamiz de irrealidad, como si nada de lo que tuvimos hubiese existido. Fue como transmutar de lo afectivo a lo aséptico. De repente tu foto vacía: de la intimidad al desconocimiento. Y el duelo. No habrá poema ni canción para esto.

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Un sábado que fui a tomar el vermú, una amiga me señaló todo lo que había mutado mi vida este año. Yo apenas había reparado en todos los cambios significativos que me habían arrasado por dentro: dejé una relación y recuperé esa idea que amo que es vivir sola en el centro de Madrid; sufrí y lloré, pero también supe recomponerme y ser fuerte; asumí una jefatura de estudios en el instituto donde trabajo, que es algo que provoca un miedo irracional si no fueses una loca inconsciente como lo soy yo; tuve varias citas infértiles y no me avergoncé; coqueteé con alguien del trabajo por puro hastío y tampoco me avergoncé; viajé a Roma para visitar a mi amiga Ana y allí constaté que el origen de toda la civilización occidental reside allí; que Sorrentino podrá proyectar una imagen misógina de la mujer, pero que pocos como él han conseguido captar la belleza y la pulcritud de Roma; descubrí que amaba mi trabajo más de lo que pensaba y que no necesito de la validación masculina para ser feliz.

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Escribo esto el 30 de diciembre de 2024 con La Bien Querida de fondo. He comprado entradas para su concierto de enero en La Riviera. Pienso en todas esas canciones que ya no me pertenecen a mí porque las asocié a un antiguo amor. Nacho Vegas siempre le corresponderá a Pablo; Quique González siempre me dolerá porque siempre será de Pablo; no podré nunca escuchar a Iván Ferreiro sin recordar a Roberto. Es doloroso y hermoso porque son canciones que me han conformado como persona, porque son amores que me configuraron en cierta medida, porque me hace pensar que siempre guardaremos esa intimidad personal, un vínculo inquebrantable aunque pasen los años. Hay conexiones que aunque la comunicación esté rota nunca van a dejar de persistir. 

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«Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo el primero». Esto lo escribió Wislawa Szymborska. Me encantaría mandártelo mañana en un Whatsapp furtivo que sea capaz de desestabilizar tu equilibrio, pero perdí tu número.

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Solo te pido que leas esta entrada con Muero de amor de La Bien Querida de fondo porque escribí esta suerte de diario con ella de fondo. Vuelve al principio y empieza de nuevo. 

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«Mira las cosas que se van, / recuérdalas, / porque no volverás a verlas nunca». Escribe José Emilio Pacheco. 

domingo, 1 de diciembre de 2024

Este viernes terminé de ver en los Cines Verdi las nueva serie de Rodrigo Sorogoyen: Los años nuevos. Me pareció un relato ultrarrealista de dos personajes erráticos y torpes atravesados por un tiempo donde el deseo rige y mueve, atravesados por un tiempo donde el amor está de paso. Me pareció tierno el retrato de Óscar, un hombre atormentado por una fe inamovible, aunque hubiesen pasado los años, aunque hubiese pasado la vida. Me vi reflejada en ciertos momentos; no lloré, no lo hice, pude hacerlo y no lo hice. El halo triste de un espíritu pusilánime y vulnerable siempre generó en mí cierta compasión significativa. 

Me pareció divertida la radiografía de Ana, valiente e indómita, egoísta y libérrima, buscando escapar de una rutina ineludible, buscando un amor franco y voraz, conformándose con una conexión emocional cuestionable, un marido bueno, muchas noches de hotel con la culpa acomodada en el pecho, un pensamiento intrusivo, un recuerdo en un momento de debilidad. Me vi reflejada en todo eso; no pensé en ti, quizás sí lo hice, pensé en ti y lo negué.

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Me hubiese gustado contarte cómo me sentí cuando me lancé a las calles de Madrid después de ver esta serie, después de estar en un coloquio con Rodrigo Sorogoyen. 

Anoche soñé contigo. Me rompía en un abrazo triste y desatento porque sabía que era nuestra despedida. Yo sabía que aquello había fracasado. Te abracé tan fuerte que me desperté y apenas había entrado el sol por la ventana: penumbra.

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Muchas veces escribo en este blog a hombres diferentes, ¿no te das cuenta? 

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Hay veces que apunto en las notas de mi móvil ciertas impresiones o sensaciones, palabras sueltas sin un hilo conductor, solo emociones: polución, cielo anaranjado, autobús, amanecer, cuatro torres, amor, miedo, melancolía, saberse imprecisa, desdibujarse.

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Dice Borges: "Lo que de verás fue, no se pierde; la intensidad es una forma de eternidad".




domingo, 10 de noviembre de 2024

Cuando era adolescente no me planteaba que mis profesores fuesen al instituto con el corazón roto. Ayer, cuando estábamos tomándonos el vermú, alguien comentó que en un curso de funcionarios de carrera se había propuesto un caso práctico que consistía en cómo se debía actuar si fueses el jefe de alguien que solicita una baja por haberlo dejado con su pareja. 

Me acordé de cómo me sentí cuando tenía completamente desahuciado el corazón y tuve que explicar la poesía de posguerra en segundo de Bachillerato. Ese día acudí a clase sin pintar. Creo que los alumnos comentaron algo y yo traté de restarle importancia. Ellos no saben que, mientras leíamos ese poema de Luis Rosales en el que dice que cuando se ama, todo el cuerpo termina siendo labio, yo sentía una nube oscura batiendo el aire con un aleteo enérgico y musculoso, partiéndome por dentro mientras disimulaba esbozando una ingenua y triste sonrisa.  

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¿Puede ser la pasión orgánica?

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Me encantaría hablar contigo de la trilogía de Linklater y argumentarte por qué mi favorita siempre será Before Sunset. Creo que en mi nostalgia y desesperación internas está la respuesta.

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No me creas tan idealista: también sé que Before Midnight es la radiografía del verdadero amor, con sus problemáticas y desperfectos.

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Mientras leía el último libro de Sally Rooney he anotado algunas secuencias narrativas que sé que te gustarían porque son completamente anticapitalistas. Es evidente que nunca voy a poder enviártelas. 

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Es irónico y bastante cínico que los liberales exijan la intervención del Estado en situaciones dramáticas, pero ¡ah! el Estado no debe intervenir en la economía que es, por otro lado, lo más dramático que yo conozco en esta vida.

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Dice Simone Weil: "La vulnerabilidad de las cosas preciosas es hermosa, porque la vulnerabilidad es una señal de existencia".

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Algunas veces mis amigas, cuando se encaprichan de alguno de sus ligues, se desmerecen y se cuestionan sus cualidades. Comienza el ejercicio de sororidad que toda mujer de nuestro siglo debe tener interiorizado. Entonces tengo que repetirles que son sumamente válidas e inteligentes. Cuando a mí me aborda la inseguridad, recuerdo que incluso he ligado por mi manera de escribir y que no precisé de ningún atributo físico para sostener un amor incierto.

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¿Quién tiene tiempo y fuerzas para amar en una sociedad acelerada y posindustrial?


viernes, 18 de octubre de 2024

 Atravieso Sanchinarro en un bus interurbano y pienso que mi madre me tuvo con mi edad. Miro a mi alrededor y la mayoría de mis amigos no tiene hijos. ¿Acaso hemos mutado en una sociedad infantilizada? Desecho ese pensamiento inmediatamente. ¿Han cambiado nuestras condiciones socioeconómicas? Solo me basta con recorrer el centro de esta ciudad: un millón de pisos turísticos, una cantidad ingente de personas dejándose más de un 40% del sueldo en el alquiler de un semisótano interior. ¿Acaso podré yo tener hijos si soy incapaz de dar la entrada de una vivienda? Me desespero porque hablo desde el privilegio de clase, pero siento una incertidumbre voraz recorriéndome, el peso del reloj biológico cayendo a bocajarro, la frustración y la desesperanza de amores atravesados por la lógica capitalista, todo un sistema angosto y taciturno devorándome por dentro, tic, tac, tic, tac.

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El amor es vocación. El amor es también un dialecto, nuestro modo particular de hablar y de nombrarnos, designar. El amor es internarte en un río oscuro, percibir una corriente indómita y no querer salir de ahí nunca más. 

Esto lo escribí hace un año. Lo envíe por Whatsapp a alguien que en aquel momento creí que me quería.

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Uno de los momentos más tristes que recuerdo esta noche fue cuando te pedí que lo que habíamos vivido no fuese algo accidental.

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Hoy mis alumnos me han preguntado qué era ser rentista. No pude responderles que consistía en ser herederos y unos hijos de puta. A veces tengo que fingir ser políticamente correcta, especialmente de 8:10 a 14:05.

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Mientras veía las noticias apareció Elon Musk en plena campaña de Donald Trump dándole su apoyo. Sentí aversión y repulsión y pensé que Twitter no era ya un espacio tan didáctico como lo fue para mí hace algunos años. También pensé que tener Twitter era como ser heterosexual: algo de lo que es imposible escapar, aunque te dé una grima espantosa.

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La juventud es hermosa porque es efímera y vertiginosa. 

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El deseo tiene altibajos. De repente desaparece.

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Escribe Rosario Castellanos: "Yo no puedo querer a nadie si no lo admiro".

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El otro día descendía las escaleras mecánicas del metro y en mis cascos sonó repentinamente Pájaros mojados. Me asusté porque siempre me va a recordar a ti.

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Muchos hombres que he amado podrían reconocerse e identificarse aquí. Lo niego todo.

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Enséñame 

tú que sabes

el significado

la lengua

la incapacidad

para designar

cuando amo

cuando sé que siempre

existirá 

entre tú 

y yo

un abismo

inimaginable

llamado 

lenguaje.



domingo, 6 de octubre de 2024

 Ya no quedan amores genuinos e impertérritos. Pensaba esto mientras atravesaba la Castellana a las 7:30 y aún no había amanecido. La esperanza se disolvía.

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Siempre que voy en autobús a una hora demasiado temprana me fijo en todas esas grandes multinacionales varadas en la autovía, con sus luces fosforescentes de parque de atracciones. Hasta la luminiscencia es capitalista. 

Ya puedo atisbar sombras de personitas hormigas delante de su ordenador, inmóviles, tecleando un vacío existencial ignoto y desatento. Pienso en el plus de productividad y de cómo nos hemos dejado sabotear como sociedad. Suena Piedra y flores de Quique González en mis auriculares y es completamente de noche.

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Siempre fui más honesta y valiente que tú y eso jamás lo soportaste.

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¿Cómo se llora a algo que jamás sucedió? ¿Cómo se supera un duelo que nunca fue?

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Reflexiona Joan Didion sobre el amor: «el eterno abismo que existe entre lo que queremos admirar y lo que secretamente deseamos, entre, en el sentido más amplio, las personas con las que nos casamos y las personas que amamos».