Leí un poema de Emily Dickinson que me gustó: «Sentí un funeral en mi cerebro». Traduce Silvina Ocampo.
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El jueves llovió en Madrid. Decidí entrar en Filmin y suplir ciertas carencias culturales. Vi Un tranvía llamado Deseo. Me resultó fascinante lo atractivo que puede ser Marlon Brando sudado, iracundo y déspota y también observé la necesidad de la validación masculina en Vivien Leigh, quien en Lo que el viento se llevó ya había manifestado esta urgencia. Me resultó conmovedora la escena en la que a Blanche DuBois la rechazan por no ser una mujer con una moral estrictamente recta. Ella mira a su amante, con los ojos bellos y diáfanos y grandes, y le responde: «¿Recta? ¿Qué significa recta? Una línea puede ser recta o una calle. ¿Pero el corazón de un ser humano?»
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Escuché esto de Amaia: «Si nos encontráramos con veinticuatro años, nos confesaríamos en la cola del baño».
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Hoy caminaba por Moncloa en una mañana franca y honesta. Llevaba Noches de bodas del nuevo disco de La Bien Querida. Me gustó la intertextualidad que juega con Borges en eso de «estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo; no es solo una emoción, es un conocimiento».
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También esto de La Bien Querida en esa misma canción: «Lo precioso es este instante que se va, que se va, que se va, que se va, que se va, que se va». Me recordó a todos esos momentos efímeros que he vivido, que quise asir con todas mis fuerzas y terminaron por destruirme.
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Mientras me pintaba el eyeliner con Valeria Castro de fondo me acordé del momento en el que supiste que me había besado con uno de tus amigos. Me contaron que tuviste un ataque de celos desmedido y que fuiste incapaz de ocultarlo. Este tema siempre fue un tabú entre nosotros, pero pude sentir un vértigo inmenso y un vacío insostenible entre los dos desde ese momento.
Ya nunca volvimos a hablar de política. Ya nunca fuimos a las fiestas de PCE, ni nos miramos de frente en La Latina. Tampoco traté de hacerme la interesante mientras veíamos Cachitos y lo comentábamos por WhatsApp y tú jamás volviste a enviarme cualquier artículo de periódico como una infame excusa.
Aún te miro de soslayo y pienso en el futuro que se nos escapó por este miedo gregario, siempre gravitando alrededor. Aún te miro de soslayo y pienso en el quiebre de la intimidad que un día fundamos.
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Anoche leí todos los mensajes que nos enviamos con veinte años. Pensé que en la mayoría de las personas existe una corriente indómita y peligrosa llamada miedo o arrepentimiento. En esa mujer no los reconocí y sentí orgullo.
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Escribe Mary Oliver: «existe solo una pregunta: / ¿cómo amar este mundo?»
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