domingo, 21 de abril de 2024

Ayer mis amigos hablaron demasiado pronto del amor. Yo llevaba apenas dos vermús y aún me percibía hastiada y poco divertida y carismática, un tanto pusilánime ante los grandes relatos. Hablaban de si duele más una infidelidad física o una emocional. Me recordó la dicotomía a un artículo de Jabois que leí hace ya algunos años en el que decía que había más cuernos en un buenas noches que en algo meramente físico. Me hubiese gustado decirles a ellos, a mis amigos, que lo que rompe por dentro es el quiebre de la intimidad, el desplome de la confianza, saber que tu relación es anodina y falible, conocer los puntos flacos de ese pequeño hombre que endiosaste, verte atravesado por el egoísmo y por el deseo, ceder, sucumbir, encontrar los puntos de sutura y reventarlos, revelar los grandes secretos, saberse incierta y pasajera en la vida del otro, saberse insignificante y pueril, saber que no bastó, saber que resultó ser baldío. Lo que rompe por dentro es la pérdida y el abandono, la no elección, la fragilidad de la ternura, el vínculo oxidado, el abismo, una civilización perdida.

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«A veces me siento tan de paso en la vida, tan frágilmente instalada en ella como colgando del hilo de una telaraña... Pero viene el regalo de esas imágenes relativamente recientes a devolverme el fugaz estallido del placer de vivir». Carmen Martín Gaite me hace revivir.

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«Late, corazón, no todo se lo ha tragado la tierra».

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