lunes, 22 de julio de 2024

Aún no cumplí 31 años y ya he transitado por casi todas las etapas profesionales que puede ofrecerme mi trabajo. Gano más que la media de mi generación. Puedo permitirme vivir sola en el centro de Madrid. Quizás sea una privilegiada en este sistema amargo e insólito. Pero, por las noches, pienso en todos los hombres que he amado y lloro.

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¿Echamos de menos al amado o a nosotros mismos cuando segregábamos oxitocina? En esa elección radica la diferencia entre corazón y cerebro.

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Cuando trato de escribir algo narrativo, no puedo. Mis textos se pueblan de divagaciones y reflexiones opacas y pienso que es influencia de toda la poesía que he leído. He llegado a la conclusión de que sería una novelista de mierda.

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Ayer atravesé la Castellana subida en un taxi y acabé romantizando una ciudad disgregada y deshonesta. 

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Escribió Anne Sexton: "Una mujer que escribe siente demasiado".

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Todavía hoy me ocurre que leo un poema que me sacude por dentro y pienso en enviártelo, aunque hayan pasado tantos años.


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