sábado, 19 de octubre de 2019

Todos los días salgo de casa a la misma hora para coger el metro. Me aferro a él con la creencia de que ningún otro transita por mi parada fuera de este horario. Si no llego a este, me desespero, me inquieto, me sacudo.
No sé en qué clase de secundaria me contaron que los seres humanos somos animales de costumbres: algo similar me debe de ocurrir con los hombres a los que no paro de aferrarme innecesariamente.

*

El viernes les lancé a mis alumnos la idea de escribir una tediosa redacción al hilo de ver In time: ¿qué harías si solo te quedase un día de vida? Los chavales cargaron contra mí, en bloque. Los entiendo porque la cuestión puede no ir más allá de despedirnos de la gente a la que queremos y yo les exigí -casi les supliqué- que tenían que entregarme una cara de la hoja.
Esta tarde he leído sus respuestas. Todos concluyen hablando de sus amores y de sus filias y de sus pasiones. Tal vez ahí radique nuestro halo de humanidad: nuestras últimas pulsiones siempre nos van a llevar a apostar por el amor.

*

En el metro siempre me encuentro con las mismas personas. Una ya se hace a ver ciertos rostros puntualmente y a imaginar sus vidas. Quiero creer, en un viejo impulso romántico, que ellos también se han acostumbrado a mí y me echan de menos los martes.

*

Hoy he leído un versito de Carlos Catena que me ha obligado a sujetarme el corazón: "¿quién es capaz de un amor tan grande / después de trabajar ocho horas?"

*

Cuando tenía doce años mi padre se quedó en paro. Esto supuso una debacle para mi familia porque él era nuestro principal soporte económico. No olvido a aquellas amistades que dejaron de serlo, porque, cuando el nudo aprieta, muchas personas prefieren incrementar tu dolor, lanzarte a un ostracismo obligado, ahogarte sin mesura.
Estos apuros nos duraron hasta que cumplí diecisiete. Muchos sábados mis amigas estrenaban ropa y yo solo puedo recordar aquel jersey negro, cuellito bardot, que sencillamente me sentaba de escándalo.
Hoy quizás aparento ser lo que he detestado toda mi vida. ¿Saben ustedes? Se puede cambiar de armario, pero jamás de ideales: la conciencia de clase me bordea inevitablemente.

*

Los telediarios dan miedo. Una no sabe a quién escuchar en este maremágnum informativo. En Madrid solo se habla de Cataluña con peligrosa inquina. La tercera España, esta peñita equidistante en la que me han encasillado, miramos con la boca y los ojos abiertos cómo la violencia asola las ciudades. El sistema se derrumba, sí, y los influencers van allí a hacerse un book entre barricadas humeantes.

*

Fabián Casas ha escrito un poema sincero y hermosísimo: "Era uno de esos días en que todo sale bien. / Había limpiado la casa y escrito / dos o tres poemas que me gustaban. No pedía más".

*

Ojalá dispusiera de más tiempo libre para escuchar el nuevo de Quique González -los acérrimos cuentan que es un despropósito- y saber exactamente qué canción dedicarte.














No hay comentarios:

Publicar un comentario