Observo La Mancha como una llanura imperturbable, un mar ocre y cálido bañado por un sol de otoño. Voy en el tren y recorro con los ojos cada camino de tierra que atisbo. Todos obedecen a una ley inexorable: comienzan y concluyen de igual modo. Entonces aparece otro camino más nítido y más imperecedero, más sinuoso, parece que nunca va a terminar, que no será efímero ni transitorio. Entonces pienso en si tu también estarás viajando a tu tierra, si también tus ojos se perderán en este tipo de insignificancias a las que yo suelo atender —me resultan análogas al amor y al dolor—, si tu también te acordarás de mí en este tipo de situaciones, si te sentirás vacío y triste en medio de un vagón abarrotado de gente que no levanta los ojos de sus teléfonos, que no busca los caminos imperecederos y hermosos que conducen hasta la tierra que los vio nacer.
Observo, también, una sucesión de nubes bajas y grises, aridez, árboles raquíticos y enfermos y me acuerdo inevitablemente de Canto yo y la montaña baila de Irene Solà. Jamás había entendido el bucolismo. No lo entendía porque no lo sentía y ahora quisiera llenarme las manos de tierra, la boca de tierra, sentir el pálpito de la tierra en la que he nacido, sentir un torrencial de óxido en la lengua y la sangre acaudalada por mis venas.
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Una vez un hombre me dijo que el léxico que utilizaba en estos textos guardaba ciertos tintes marxistas. Lo miré de soslayo, ladeé la cabeza, bebí de mi copa, abrí mucho los ojos, pestañeé muy rápido, contraje el abdomen, junté las rodillas y me limité a sonreír.
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¿Tu también tendrás citas infértiles y huecas o estarás inmerso en la vorágine de una relación rutinaria, sin sentido, sin dramatismo, sin vértigo? Yo también vivo en una espiral de vacío.
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Leo a Javier Marías en esta suerte de domingo y pienso que ser sensible es oscuro y tenebroso en una sociedad inmediata y obsesionada con la producción. ¿Crees que el amor ha sobrevivido a estas dinámicas? Observo a mi alrededor y encuentro a muchas parejas que ya no se quieren —aunque existiese un tiempo en el que sí lo hicieron—, subsistiendo por inercia, sumergidos en una especie de ritual alienante de miseria y pienso en ti, pienso en ti como tantas noches en las que me invade la nostalgia y el deseo, pienso en si sabrás reconocer el amor cuando lo tengas de frente, pienso en si podrás soportar su peso y su dolor, si tendrás el suficiente arrojo de enfrentarlo como yo lo hice cuando te tuve de frente, si serás capaz de demostrar firmeza y no volubilidad, si podrás amar lo no iniciado como yo lo amé, como yo lo amé.
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Este díptico de la pérdida se fundamenta en la memoria, en una ciudad compartida, en la nostalgia, en la herida.
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Este diálogo es un no-diálogo encubierto.
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Este no-diálogo es un diálogo encubierto.
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Este discurso es, también, una forma de poder, de resistencia, de fragilidad.
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Leí en el Instagram de Marta Jiménez Serrano: Cuenta Chirbes que un día, hablando de los grandes escritores (Cervantes, Dostoievski, Balzac), se lamentaba con Martín Gaite. "¿Para qué escribimos?", le decía. Ella le contestó: "Escribimos para salir limpios de experiencias atroces, ¿te parece poco?"
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