sábado, 16 de noviembre de 2019

Esta semana les he mandado a mis alumnos responder a una serie de cuestiones prototípicas e infalibles en una entrevista de trabajo. En una de ellas me interesaba por sus puntos fuertes y débiles en relación a su personalidad. Ahora me sobrevienen las palabras de uno de ellos: punto débil - timidez.
Recuerdo que yo era una de esas alumnas introvertidas que me reconfortaba cuando el examen era escrito, porque me sentía más segura y poderosa, menos pusilánime, canalizando mis conocimientos en el papel. Creo que ahora no lo soy porque he aprendido a confiar en mi capacidad social, en mi inteligencia y en mi dialéctica. Creo que sigo siéndolo porque son inevitables los matices de inseguridad que me bordean.
Le he dicho a mi alumno que no tengo claro que ser tímido sea un punto radicalmente débil.

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De vez en cuando se forman tanganas con complejo incierto de debate en mis aulas. Esta semana hemos hablado del capitalismo y de la prostitución. La chavalada me cuenta, en tono jocoso, que con su primer sueldo se irán de putas. Yo, que soy abolicionista hasta la médula, intento hacerles comprender que sus comentarios implican cosificación y, por ende, violencia explícita contra la mujer. Me preocupa ciertamente este pensamiento arraigado en la adolescencia y no sé si consigo algo, pero muchos de ellos se quedan pensativos mirándome fijamente.

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Cuando tenía dieciocho años tenía la fantasía erotiquísima y tiernamente ridícula e infantil de emborracharme, escribir versitos nocturnos y superficiales y acostarme después con el chaval que me gustaba. "Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles", que escribe Borges.

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Escribe Peri Rossi, excelsa: "Tenia nostalgia de todos los lugares / en los cuales jamás habíamos estado, y la deseaba en los parques / donde nunca la deseé y moría de reminiscencias por las cosas / que ya no conoceríamos y eran tan violentas e inolvidables / como las pocas cosas que habíamos conocido".

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Este último mes he tenido varios reencuentros vinculados a Salamanca que es, realmente, la ciudad de mi vida. Ayer caminaba por Ponzano hacia Cuatro Caminos, un poco borracha, creyendo que tenía veinte años, mis amigas habían quedado a las once y media debajo del reloj, seguía catastróficamente enamorada y la sangre me corría acelerada y adolescente. Ahora una epifanía me late por todo el cuerpo.

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Gasto mucho dinero en libros. He comprado el último de Leila Guerriero y de Marina Garcés. Estos últimos años mi orientación es literariamente homosexual.

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Vox ha sacado 52 escaños. PSOE y Podemos han planteado un gobierno de coalición. Se jode el mundo, pero no mucho.
Eso sí: el fascismo me duele.

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Escribió en clave de prolepsis, apocalíptico, reiterativo, Gil de Biedma: "De todas las historias de la Historia / la más triste sin duda es la de España, / porque termina mal".




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