miércoles, 7 de marzo de 2018

Sé que soy una mujer privilegiada: pertenezco a la clase media de este país y, por ello, mis padres pudieron costearme -no sin sacrificio- unos estudios universitarios. Y además, soy occidental, blanca, cisgénero y heterosexual.

Sé que soy mujer y también sé, con toda seguridad, que el anónimo reiterativo y literario también lo fue.

Sé que mañana os agarraréis a este argumentario manoseado de niña privilegiada (hasta en vuestro insulto está el paternalismo) y nos increparéis que somos féminas amargadas, radicales, zorras y lesbianas.

Aquí va el mío:

Quiero vivir de lo que amo y porque lo amo y quiero reventar el techo de cristal. Quiero no sentirme incómoda en las cenas cuando algún familiar muestre vídeos de mujeres cosificadas y todos rían la gracia. Quiero no tener que comparar constantemente mi cuerpo, mi cara, mi pelo, mi inteligencia, mi ingenio, mi simpatía, mi desparpajo con alguna ex o con las futuras novias de mis renuncias. Quiero volver a casa de noche sola y no sentir miedo, quiero no tener que llevar el móvil con el 112 previamente marcado. No quiero sentir vergüenza cuando un desconocido me grite si soy guapa o si tengo unas piernas tan bonitas que me follaría (trece años, saben ustedes, tenía la primera vez que me sucedió esto). No quiero que me llamen puta por desear a alguien y liarme con él, no quiero que me llamen puta por rechazar en una discoteca al primer gilipollas que se presenta y no quiero que me llamen frígida cuando no quiero acostarme con alguien. No quiero llamar puta, zorra o guarra a una compañera que experimenta y vive su sexualidad como quiere. Quiero desanudarme todas las enseñanzas patriarcales que desde pequeña me han impuesto. Quiero no depender de nadie emocionalmente. Quiero no sentir celos. Quiero desmitificar el amor romántico. Quiero que no me hagan sentir culpable en las discusiones de pareja. Quiero que no me manipulen. Quiero ir tranquila a los bares con mis amigas sin preocuparme de que me observarán como un objeto. Quiero beber y emborracharme, sin preocuparme de que intentarán aprovecharse de mi estado. Quiero poder subir una foto de mi pezón y que Facebook o Instagram no se atreva a censurarlo. Quiero decidir sobre mi propio cuerpo.

Es 8 de marzo. Mientras voy escribiendo todo, me asaltan los recuerdos vividos de aquellas situaciones: aquella en las que a mi amiga un grupo de tíos la llamó puta en las redes sociales por liarse con un amigo, aquella en la que escupí a un tío por ser un misógino, aquella vez en que a tres amigas nos asaltó un grupo de chavales y nos intentaron besar a la fuerza, aquella vez en que casi violan a una amiga, aquellas veces que me quedaba sola en la calle cuando tenía que separarme de mis otras amigas para ir a casa, aquella vez en la que un taxista me dijo lo tarde que era y si estaba sola, aquella vez que me llamaron frígida por no quedar con un tío con el que hablé un par de meses, aquella vez que me sentí sucia y avergonzada cuando, con diez años, un chaval de clase me dijo que ya era hora de depilarme.

Es 8 de marzo. Y cualquier puto sistema que levantéis sin nosotras será derribado.  


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