domingo, 23 de abril de 2017

Los olvidé por completo. A todos.
No eran ellos a quienes me encontraba en la densidad de las calles,
no eran ellos a quienes besaba tan despacio,
no eran ellos a quienes temía mirar de frente,
no eran ellos a quienes rehuía en el transporte público,
no eran ellos a quienes escribía poemas y mensajes de texto,
no eran ellos quienes me hacían despropósito,
no eran ellos, no eran ellos, no eran ellos.
Lo dijo Luis Alberto de Cuenca:
O eso creía yo.


A todos los ríos oscuros:

"NOVIA. ¡Porque yo me fui con el otro, me fui! (Con angustia.) Tú también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y yo corría con tu hijo que era como un niñito de agua, frío, y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien! Yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos!".
(García Lorca)

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