martes, 25 de noviembre de 2014

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La ciudad arde.
La gente camina con paso dispuesto,
no se miran, no se tocan.
El peso de la sociedad cae
a bocajarro.

Hay obras en el banco de la calle principal,
insignias dedicadas a caciques,
la democracia predispuesta en la boca
como balas,
como refugio de fascistas,
movilizaciones, policía.
Se miran, se tocan.

Aquí yace el despropósito.

Camino por una ciudad que arde,
cruzo semáforos en rojo,
alguien grita, alguien gime,
llueve, tránsito.

Hay amores virulentos,
personas dejándose en otros,
tragedia, desgana, llanto,
llanto, llanto, tanto llanto
que quererse es un acto revolucionario.

Hay literatura, lecturas de Peri Rossi,
Gioconda Belli; rutina, días precipicio,
noches de lecturas, agobio, calor, calor.
Vivo en una ciudad incendio.

Se desliza la nostalgia por mis ojos,
sacudo mis instintos, estallo.
Jamás podré ser como se espera:
no sé gestionar ausencia,
digiero el deseo a quemarropa,
tengo tristeza líquida acumulada en la garganta.

Habito una ciudad que es fuego.

Sin ti.



"¿Cuándo vas a venir (otra vez)
por aquí?"

(Quique González)














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