domingo, 6 de abril de 2014

No tengo muy claro que me ha conducido hasta aquí: si fue el artículo de Antonio Lucas del pasado día en El Mundo o si fue la canción a deshora de Joaquín (a algunas nos gusta retomar nuestras raíces incluso sin el vaso de ginebra, sin la sonrisa a media asta)
La única certeza que guardo es que no sé sobre qué voy a escribir. Qué puta maravilla es esto de la rebeldía discursiva.

Las calles se despiertan con la conciencia inerte. Esto lo escribí cuando calle Zamora era solo la sombra de todos nuestros despropósitos -porque eran tuyos y míos-, cuando veía a Salamanca reducida a parejas queriéndose en los escaparates y donde, simultáneamente, un grupo de preferentistas gritaba a las puertas indignas de una caja de ahorros. Esto es a lo que me refería con la conciencia inerte.

¿En qué momento mirarse a los ojos se convirtió en agresión?
Ay, no puedo oírte aunque te escriba a gritos. 

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