lunes, 14 de abril de 2014

-no se permiten ir a medio gas-

Nunca fueron mi especialidad los inicios
ni fueron de mi agrado las amargas despedidas.
Que saberse de uno no era combatir contra el otro,
eso lo aprendí demasiado tarde. 
Aprendí, quizás más, en las noches que no estabas
y preferí a las madrugadas sin luz.
Leí devorando esqueletos de letras, 
encontrando residuos de ideas
pero siempre por debajo de mis expectativas.
Me entregué, con reparos, a desastres naturales
por miedo al miedo.
Qué sé yo si nunca se me ha caído el fracaso de la boca.
Qué sabremos nosotros si desde pequeños nos inculcaron
que a las heridas se les ponen parches y luego buscamos mapas
sin piel.
Que las causas justas pueden no vencer y que las metáforas también se suicidan,
como los principios de las madrugadas. 
Me descubría sentada en las escaleras,
bebiendo litronas, leyéndote a Borges, 
descifrando acentos y etimologías.
Este es mi cuartel de invierno.

Aquí no pasa nada, salvo el tiempo.

Todos los días que me preguntaron por el futuro y dije vivir. 
Aunque fuese de manera nula y primaria.
Aunque ya no quieras ser la portada de los periódicos 
por trasladarte a la intensidad de esquelas y de historia acabada. 






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