jueves, 14 de noviembre de 2013

No entiendo al mundo. Quizás no quiera entenderlo y solo reflexionarlo. La verdad es que el sofá es cómodo. Me siento tan poco implicada tanto en la sociedad como en mí misma. Desorden interiorizado.
No entiendo la banalidad del lenguaje, ni cómo permitimos que se derrumbe el mundo si los escombros no nos alcanzan.

No entiendo los estereotipos -odio los estereotipos- y los falsos latidos. No entiendo de política ni de derechos y a veces me muerdo la lengua por no abarcar estos terrenos, y me desboco y me fatigo. A veces me ahuyento.
Tampoco entiendo de filología ni de rebeldía -me pongo a Brassens y calmo los síntomas- y tampoco entiendo nuestras actitudes.

No entiendo que levantar el puño signifique una cosa y extender la mano otra -llamadlo connotaciones- y tampoco quiero entenderlo.
No entiendo las distancias que no se derriban, ni las cervezas que no nos bebemos mientras nos contamos cómo ha ido el día, cuánto nos hemos echado de más.

No entiendo de maquillarnos los ojos y arreglarnos el pelo pero no cultivar la mente -existen los libros, coño- y esto, joder, esto sí me gustaría entenderlo. Solo para explicar que el joder no es solo follar, que a veces es una interjección que denota angustia.

No entiendo las idas y venidas, ni las luchas de ego por ver quién superó a quién. Tampoco entiendo los ataques de soledad ni las huidas a destiempo.

No entiendo a las personas islas que no se dejan conquistar, ni tampoco entiendo a las personas pro-minas (te toco y estallan todas mis creencias) pero estas son mi debilidad personal.

No entiendo al mundo. Quizás no quiera entenderlo y solo reflexionarlo. Es tan manido y aburrido. Pero qué putada de mundo.


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