sábado, 7 de septiembre de 2013

De Lorena y otras drogas o, como diría Sabina, el caso de la rubia de platino.

Viernes y siete de la tarde. Allí estábamos, como acostumbrábamos, frente a frente. Ya no sentíamos esa necesidad de determinar un espacio y tiempo, sabíamos perfectamente que era un viernes a las siete de la tarde. Y si llegas tarde, te mato literariamente -o de forma literal- Y así empezábamos nuestro juegos verbales.
Nosotras éramos quienes desangraban a las horas muertas y luego mirábamos al resto con cara de y dice la gente que ahora eres formal. Y, pícaras e intransigentes, nos preguntábamos quién habría fundamentado el concepto de lo formal. 
A veces hablábamos de cosas mundanas, a quién habíamos querido más y qué locuras habíamos cometido por ellos. Una vez nos iniciamos en esa loca competitividad por saber quién era la que tenía la peor herida de guerra y terminamos cerrando todos los bares de la ciudad. Acabamos tan jodidas que de esa noche solo rescato el fragmento: solo hay dos cosas imperdonables en esta vida: una es la cerveza caliente y la otra es el vicio sin sexo.
También nos sumergíamos en las historias baratas de nuestras amigas, a lo que ella decía que al siguiente drama, invitaba ella. 
Una vez le pregunté que por qué bebía, que por qué se dejaba exponer a la censura de la critica y que si escondía el miedo debajo de la falda. Ella me sonrío, con esa sonrisa que le hubiese arrancado una y otra vez para nombrarla Patrimonio de la Humanidad, se llevó la cerveza a los labios y me contestó:
-Bebo para llenarme de algo.
Pero ella estaba llena de épica y era adicta a los atentados verbales.

También hablábamos de política aunque ella no se implicaba porque decía que no era algo que le quitara la vida. Aunque todo lo que ella tocaba lo convertía en necesidad.
Acabábamos salvándonos en aquellos bares del hastío vital porque joder, que yo ya no puedo con tanto. Entonces ella me miraba y me abrazaba, como recogiendo toda esa carga emocional que mis hombros ya no podían soportar. 
Reíamos mucho y nos destrozábamos más, siempre con ese elegante sarcasmo que nos dejaba insultarnos para después volver a la risa porque su risa es una ducha en el infierno. 

Siempre ebrias y polifacéticas, a mi me daba igual ser su sombra a cambio de ser su algo. Fingíamos intoxicarnos de cualquiera, siempre intentando sacar partido a nuestra particular naturalidad. Ella con su don de romper a todos, yo con mi don de reconstruirlos (a los que nos interesaban).

total, para qué.

Si a veces acabamos exhaustas de tanto coqueteo insípido que solo conduce al abandono interno. Que yo no necesito que se enamoren de ti, yo lo que quiero es que te descubran. Pero cómo coño no vais a versarla si se arranca las costillas para que seas un poquito de ella -o viceversa.-

Ella con su don de abandonarlos a todos, yo con mi don de no poder desprenderme de ninguno. 

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