Me llamó una amiga para confesarme que escribía como una mujer actual. Me pareció un piropo legítimo.
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Te mentí. Por supuesto que te mentí: aún sigo teniendo veinte años. Pero eso tú jamás lo vas a saber.
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Esperaba un autobús en Plaza Castilla mientras sonaba Clase Media de Quique González. Me recorrió una extrañeza sutil y desconocida.
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Me hubiese gustado descubrirte que Salitre 48 es una calle perpendicular a Argumosa, epicentro de todos mis fines de semana, y no únicamente un disco en el que nos hemos intuido infinidad de veces. Me hubiese gustado que nos tomásemos un vermú mientras nos mirábamos a los ojos muy tibiamente, como se miran aquellos que extrañan un pasado incierto, como se observan las parejas ancianas que pasean un amor genuino y razonable. Escribí esto en el metro mientras volvía de un día de trabajo hastiado y agotador. Pensé aquello que cantaba Quique: ¿quién necesita una canción de amor cuando se tiene la violencia en vena? Pensé en ti durante un par de minutos. El metro atravesó Serrano y después me perdí en la neblina de mi memoria.
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Camino por Argüelles bajo un sol de otoño irregular, voy en sudadera con un halo de adolescente intransigente y en mis auriculares solo suena aquello de: peor que el olvido / fue volverte a ver. A veces una nunca sabe dónde alojar tanto dolor.
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Son las 23:45 y mientras escribo esto en este blog olvidado suena Los conserjes de noche. Llevo todo el día escuchando a Quique González. Siempre me pareció una canción terriblemente sexy.
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