jueves, 5 de septiembre de 2019

Diario de un verano muy cansado

Este invierno he leído bastante y puede que mis trayectos de más de una hora para ir al curro en el transporte público de Madrid fuesen los culpables. Sin embargo, en los últimos meses apenas he abierto un libro, quizás porque tanta efervescencia y tanto tránsito norte-sur no me lo han permitido.
Tengo Malaherba desde mayo, desde el momento en el que, justamente, E. y yo (tan impuntuales, tan adolescentes) fuimos a la Feria del Libro con el propósito de que Jabois nos firmase.
Madrid es otro tiempo, porque siempre estás corriendo detrás de las horas y de metros intempestivos que parecen descarrilar, y Madrid es otro espacio, porque puedes estar tomando una cerveza al lado de tu escritor favorito y fingir con aplomo normalidad.

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Este verano me he emborrachado en festivales, me he bañado en playas fluviales, me he despertado muy tarde con la resaca de todos los tiempos, los párpados sucios y los labios muy secos. Recuerdo que una amiga me mandó un mensaje sobre un libro que le recomendé y que ha empezado a leer. Me contó que era una hija de puta porque la estaba destrozando, que lloraba a lágrima viva por la movida de la transitoriedad de los amores y la pérdida del relato compartido. No sé, me pareció algo desesperado y tierno. Lo mismo me ocurre cuando miro las fotos de mis antiguos amores, aferrándose incansablemente a una vida ordenada y cabal, con sus novias sonrientes y puras. Yo no soy así, yo no soy así, me repito todas las noches.

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 Hace un mes leí en el Instagram de X. una frase de Scott Fitzgerald que me atravesó. Aparece en su novela 'Suave es la noche' y dice: "No te voy a pedir que me quieras siempre como ahora, pero sí te pido que lo recuerdes".

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Me parece un gesto valiente y noble amar a alguien. No todo el mundo está dispuesto a abrirse en canal y mostrar sus miserias. Amar a alguien por entero, aceptarse vulnerable, todas esas movidas que suenan a distopía asegurada y a reality del 2000, pero que promete un chute de paz radical. O, al menos, de adrenalina.

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Hace cuatro días escuché de nuevo Turnedo, como si Spotify conociera exactamente cuándo me duele la carne. Me pareció una experiencia hermosa y trascendental. La he escuchado muchas veces (a solas, cuando una es débil y decadente hasta la médula; en compañía, escapándose entre infértiles besos). Hoy la interiorizo de manera más cívica y sana, como si jamás se la hubiese dedicado a alguien de manera oblicua. Como si Turnedo jamás hubiese existido antes de 2019.







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