sábado, 15 de octubre de 2016

Nunca he sabido si desempolvar algo que ya creíamos pasado era un acto de fe o de cobardía. Esta vez, sin embargo, me pesan las palabras y reabrir la herida a veces puede ayudar a sanarla.
Sevilla es hermosa y hospitalaria y hoy, sin embargo, parece que vivo en un alambre por la presión: Daniela viaja a Ecuador, de regreso, a casa.

Quizás empezar de nuevo en una ciudad tan ajena también fuera un acto de fe o de cobardía. Conocí a Daniela en el máster de Comunicación y Cultura y cuando expresó su amor por Onetti supe que seríamos amigas. Cómo no serlo de alguien que se reconoce literariamente lorquiana.
Quizás Daniela hizo habitable un lugar tan aséptico como es la Fcom y quizás con Daniela la Alameda es para mí lo que es la Alameda hoy en día y es por ello que la Alameda ya no será la Alameda nunca más.

No sé, hermana, te me vas lejos y yo siento que esto no es una despedida y que nos veremos siempre donde suene Paco Ibáñez y donde se lea a Borges;  intentaré perpetuar la rutina de, cuando escuche a Piazzolla cerca de la Giralda o cuando pierda el bus -tan frecuentemente- camino de la facultad, sacar el móvil para escribirte a 7 horas: ¡eh, es un día de mierda, pero menos mal que te conocí!

En este sentido, hermana, la esperanza también puede ser una forma de rebeldía.


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