domingo, 10 de noviembre de 2024

Cuando era adolescente no me planteaba que mis profesores fuesen al instituto con el corazón roto. Ayer, cuando estábamos tomándonos el vermú, alguien comentó que en un curso de funcionarios de carrera se había propuesto un caso práctico que consistía en cómo se debía actuar si fueses el jefe de alguien que solicita una baja por haberlo dejado con su pareja. 

Me acordé de cómo me sentí cuando tenía completamente desahuciado el corazón y tuve que explicar la poesía de posguerra en segundo de Bachillerato. Ese día acudí a clase sin pintar. Creo que los alumnos comentaron algo y yo traté de restarle importancia. Ellos no saben que, mientras leíamos ese poema de Luis Rosales en el que dice que cuando se ama, todo el cuerpo termina siendo labio, yo sentía una nube oscura batiendo el aire con un aleteo enérgico y musculoso, partiéndome por dentro mientras disimulaba esbozando una ingenua y triste sonrisa.  

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¿Puede ser la pasión orgánica?

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Me encantaría hablar contigo de la trilogía de Linklater y argumentarte por qué mi favorita siempre será Before Sunset. Creo que en mi nostalgia y desesperación internas está la respuesta.

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No me creas tan idealista: también sé que Before Midnight es la radiografía del verdadero amor, con sus problemáticas y desperfectos.

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Mientras leía el último libro de Sally Rooney he anotado algunas secuencias narrativas que sé que te gustarían porque son completamente anticapitalistas. Es evidente que nunca voy a poder enviártelas. 

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Es irónico y bastante cínico que los liberales exijan la intervención del Estado en situaciones dramáticas, pero ¡ah! el Estado no debe intervenir en la economía que es, por otro lado, lo más dramático que yo conozco en esta vida.

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Dice Simone Weil: "La vulnerabilidad de las cosas preciosas es hermosa, porque la vulnerabilidad es una señal de existencia".

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Algunas veces mis amigas, cuando se encaprichan de alguno de sus ligues, se desmerecen y se cuestionan sus cualidades. Comienza el ejercicio de sororidad que toda mujer de nuestro siglo debe tener interiorizado. Entonces tengo que repetirles que son sumamente válidas e inteligentes. Cuando a mí me aborda la inseguridad, recuerdo que incluso he ligado por mi manera de escribir y que no precisé de ningún atributo físico para sostener un amor incierto.

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¿Quién tiene tiempo y fuerzas para amar en una sociedad acelerada y posindustrial?


viernes, 18 de octubre de 2024

 Atravieso Sanchinarro en un bus interurbano y pienso que mi madre me tuvo con mi edad. Miro a mi alrededor y la mayoría de mis amigos no tiene hijos. ¿Acaso hemos mutado en una sociedad infantilizada? Desecho ese pensamiento inmediatamente. ¿Han cambiado nuestras condiciones socioeconómicas? Solo me basta con recorrer el centro de esta ciudad: un millón de pisos turísticos, una cantidad ingente de personas dejándose más de un 40% del sueldo en el alquiler de un semisótano interior. ¿Acaso podré yo tener hijos si soy incapaz de dar la entrada de una vivienda? Me desespero porque hablo desde el privilegio de clase, pero siento una incertidumbre voraz recorriéndome, el peso del reloj biológico cayendo a bocajarro, la frustración y la desesperanza de amores atravesados por la lógica capitalista, todo un sistema angosto y taciturno devorándome por dentro, tic, tac, tic, tac.

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El amor es vocación. El amor es también un dialecto, nuestro modo particular de hablar y de nombrarnos, designar. El amor es internarte en un río oscuro, percibir una corriente indómita y no querer salir de ahí nunca más. 

Esto lo escribí hace un año. Lo envíe por Whatsapp a alguien que en aquel momento creí que me quería.

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Uno de los momentos más tristes que recuerdo esta noche fue cuando te pedí que lo que habíamos vivido no fuese algo accidental.

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Hoy mis alumnos me han preguntado qué era ser rentista. No pude responderles que consistía en ser herederos y unos hijos de puta. A veces tengo que fingir ser políticamente correcta, especialmente de 8:10 a 14:05.

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Mientras veía las noticias apareció Elon Musk en plena campaña de Donald Trump dándole su apoyo. Sentí aversión y repulsión y pensé que Twitter no era ya un espacio tan didáctico como lo fue para mí hace algunos años. También pensé que tener Twitter era como ser heterosexual: algo de lo que es imposible escapar, aunque te dé una grima espantosa.

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La juventud es hermosa porque es efímera y vertiginosa. 

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El deseo tiene altibajos. De repente desaparece.

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Escribe Rosario Castellanos: "Yo no puedo querer a nadie si no lo admiro".

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El otro día descendía las escaleras mecánicas del metro y en mis cascos sonó repentinamente Pájaros mojados. Me asusté porque siempre me va a recordar a ti.

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Muchos hombres que he amado podrían reconocerse e identificarse aquí. Lo niego todo.

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Enséñame 

tú que sabes

el significado

la lengua

la incapacidad

para designar

cuando amo

cuando sé que siempre

existirá 

entre tú 

y yo

un abismo

inimaginable

llamado 

lenguaje.



domingo, 6 de octubre de 2024

 Ya no quedan amores genuinos e impertérritos. Pensaba esto mientras atravesaba la Castellana a las 7:30 y aún no había amanecido. La esperanza se disolvía.

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Siempre que voy en autobús a una hora demasiado temprana me fijo en todas esas grandes multinacionales varadas en la autovía, con sus luces fosforescentes de parque de atracciones. Hasta la luminiscencia es capitalista. 

Ya puedo atisbar sombras de personitas hormigas delante de su ordenador, inmóviles, tecleando un vacío existencial ignoto y desatento. Pienso en el plus de productividad y de cómo nos hemos dejado sabotear como sociedad. Suena Piedra y flores de Quique González en mis auriculares y es completamente de noche.

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Siempre fui más honesta y valiente que tú y eso jamás lo soportaste.

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¿Cómo se llora a algo que jamás sucedió? ¿Cómo se supera un duelo que nunca fue?

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Reflexiona Joan Didion sobre el amor: «el eterno abismo que existe entre lo que queremos admirar y lo que secretamente deseamos, entre, en el sentido más amplio, las personas con las que nos casamos y las personas que amamos».

lunes, 23 de septiembre de 2024

 Me llamó una amiga para confesarme que escribía como una mujer actual. Me pareció un piropo legítimo.

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Te mentí. Por supuesto que te mentí: aún sigo teniendo veinte años. Pero eso tú jamás lo vas a saber.

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Esperaba un autobús en Plaza Castilla mientras sonaba Clase Media de Quique González. Me recorrió una extrañeza sutil y desconocida. 

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Me hubiese gustado descubrirte que Salitre 48 es una calle perpendicular a Argumosa, epicentro de todos mis fines de semana, y no únicamente un disco en el que nos hemos intuido infinidad de veces. Me hubiese gustado que nos tomásemos un vermú mientras nos mirábamos a los ojos muy tibiamente, como se miran aquellos que extrañan un pasado incierto, como se observan las parejas ancianas que pasean un amor genuino y razonable. Escribí esto en el metro mientras volvía de un día de trabajo hastiado y agotador. Pensé aquello que cantaba Quique: ¿quién necesita una canción de amor cuando se tiene la violencia en vena? Pensé en ti durante un par de minutos. El metro atravesó Serrano y después me perdí en la neblina de mi memoria.

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Camino por Argüelles bajo un sol de otoño irregular, voy en sudadera con un halo de adolescente intransigente y en mis auriculares solo suena aquello de: peor que el olvido / fue volverte a ver. A veces una nunca sabe dónde alojar tanto dolor.

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Son las 23:45 y mientras escribo esto en este blog olvidado suena Los conserjes de noche. Llevo todo el día escuchando a Quique González. Siempre me pareció una canción terriblemente sexy. 





viernes, 13 de septiembre de 2024

Cuando regresé a Madrid recordé los poemas que me habían escrito hace años. Recordé aquel comentario de seis páginas a raíz de un texto que una vez publiqué aquí, recordé todos los versos nefastos e ingratos que tuve que soportar y todos los versos que me desencajaron por dentro. Pienso que, de un modo u otro, todos los hombres que he amado escriben.

A veces me gusta revisar sus textos, saberme ahora completamente ajena y desligada de esa mujer que fui, aceptar que aún quedan vestigios mínimos de ella, que no me arrepiento, que escribí esto atropelladamente en un tren que viajaba mientras anochecía, que no me atormenté ni me amedrenté, que creí ver un resquicio de esperanza, que creí saberme pura y honesta en una suerte de sociedad violenta y enajenada.

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Me gusta hablar con la gente de mi trabajo del amor, específicamente con gente que no es de mi generación. He descubierto que todos añoran secretamente a alguien, la posibilidad de una vida alternativa que nunca será. Ellos desconocen que yo sé su secreto. Después pido otra cerveza y añoro, en parte, esa ficción.

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Hay días que se tornan tan dolorosos que no me siento merecedora de amor. Entonces recuerdo esa conversación de Fleabag con su padre en la que este le confiesa: «Creo que de todos nosotros eres la que mejor sabe amar, por eso todo te duele tanto».

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Un día en las cañas de los viernes planteé cuál era la pulsión que les recorría. Muchos confesaron que el dinero, el sexo o el amor. Yo me atreví a sostener que era el deseo. Después te miré y observé tus labios completamente apagados.

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Es viernes, he trabajado esta semana casi 50 horas porque padezco una especie de adicción al trabajo o quizás solo es el capitalismo atravesándome de parte a parte. Aún no es fin de mes y ya tengo poco dinero en la cuenta del banco. He fantaseado con algunos hombres que sé que me intuyen. Escribí a alguien con una excusa idiota. Me respondió. Leí un par de poemas que me dejaron fría. Concluí estas notas que llevo escribiendo casi una hora. Todos acabamos por sentirnos supervivientes de nuestra historia.


viernes, 23 de agosto de 2024

 Me tiré sobre la cama con el pelo completamente húmedo mientras sonaba «Cuando olvidaré» de Puchito. Leí esto en Twitter:

« Desafortunadamente nadie está exento de lastimar a otro en el proceso de vincularse. Incluso dando todo. Como cuando Leila Guerriero escribe: no he venido aquí a pedir disculpas, sino a decir que arrojen la primera piedra. Todos hemos sido alguna vez el monstruo de alguien».

Hasta hoy mi cuerpo era inútil.

viernes, 16 de agosto de 2024

31

Reconoceré que me asusté cuando vi tu mensaje. Me trasladó a otra época de mi vida en la que yo no era yo, o al menos no del todo. No negaré que me removió por dentro y que estuve una semana pensando en ti. Jamás se me pasó por la cabeza responderte, no porque en aquella época yo tuviese una relación estable, sino por mí. A veces el amor propio es tan poderoso que cuando leí la notificación en el email sentí que después de tantísimos años te había vencido. Después comprendí que nunca se vence en el plano emocional y que aquello era un mero pensamiento infantil e ingrato. 

Hoy cumplo 31 años y voy en un tren escuchando canciones de amor que me dejan completamente hierática. En mi cabeza hago un pequeño recorrido de mi vida y creo que he cambiado, pero que los pilares sobre los que me sostengo siguen intactos y estables. He alcanzado, probablemente, el clímax de mi profesión y he amado siempre de manera pura y honesta aunque todo terminase por ser carencia y escombros. No he leído todos los clásicos que me gustarían y me decepcioné con algunas amistades que prometían ser eternas.

No sé si me leerás, muchas veces utilizo esto como mero pretexto, como una suerte de diario incierto al que acudo pasado un tiempo. Me gusta recordar en qué momento de mi vida me encontraba, a quién deseaba, a quién añoraba. La respuesta a veces me atormenta porque se resuelve en un vacío ensordecedor.

Voy a publicar esto y no relegarlo a una mísera nota del móvil. Empecé pensando en escribir para ti y acabé hablando sobre mí. Aquí lo tienes.

lunes, 22 de julio de 2024

Aún no cumplí 31 años y ya he transitado por casi todas las etapas profesionales que puede ofrecerme mi trabajo. Gano más que la media de mi generación. Puedo permitirme vivir sola en el centro de Madrid. Quizás sea una privilegiada en este sistema amargo e insólito. Pero, por las noches, pienso en todos los hombres que he amado y lloro.

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¿Echamos de menos al amado o a nosotros mismos cuando segregábamos oxitocina? En esa elección radica la diferencia entre corazón y cerebro.

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Cuando trato de escribir algo narrativo, no puedo. Mis textos se pueblan de divagaciones y reflexiones opacas y pienso que es influencia de toda la poesía que he leído. He llegado a la conclusión de que sería una novelista de mierda.

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Ayer atravesé la Castellana subida en un taxi y acabé romantizando una ciudad disgregada y deshonesta. 

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Escribió Anne Sexton: "Una mujer que escribe siente demasiado".

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Todavía hoy me ocurre que leo un poema que me sacude por dentro y pienso en enviártelo, aunque hayan pasado tantos años.


domingo, 21 de abril de 2024

Ayer mis amigos hablaron demasiado pronto del amor. Yo llevaba apenas dos vermús y aún me percibía hastiada y poco divertida y carismática, un tanto pusilánime ante los grandes relatos. Hablaban de si duele más una infidelidad física o una emocional. Me recordó la dicotomía a un artículo de Jabois que leí hace ya algunos años en el que decía que había más cuernos en un buenas noches que en algo meramente físico. Me hubiese gustado decirles a ellos, a mis amigos, que lo que rompe por dentro es el quiebre de la intimidad, el desplome de la confianza, saber que tu relación es anodina y falible, conocer los puntos flacos de ese pequeño hombre que endiosaste, verte atravesado por el egoísmo y por el deseo, ceder, sucumbir, encontrar los puntos de sutura y reventarlos, revelar los grandes secretos, saberse incierta y pasajera en la vida del otro, saberse insignificante y pueril, saber que no bastó, saber que resultó ser baldío. Lo que rompe por dentro es la pérdida y el abandono, la no elección, la fragilidad de la ternura, el vínculo oxidado, el abismo, una civilización perdida.

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«A veces me siento tan de paso en la vida, tan frágilmente instalada en ella como colgando del hilo de una telaraña... Pero viene el regalo de esas imágenes relativamente recientes a devolverme el fugaz estallido del placer de vivir». Carmen Martín Gaite me hace revivir.

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«Late, corazón, no todo se lo ha tragado la tierra».

miércoles, 20 de marzo de 2024

 Ayer estaba esperando para hacerme la manicura permanente y me sobrevino a la mente un tema sobre el que escribir, algo trascendental y hermoso, diáfano y puro. No sé si estaba relacionado con la muerte o el amor.

Me pasa que muchas veces no apunto estas ideas peregrinas y luego intento recuperarlas de manera inefectiva. Entonces llego a mi casa, me siento delante del ordenador, me autoflagelo, me lastimo, intento comprenderme y me doy cuenta que siempre voy a ser una dramática empedernida. Sería capaz de fingir cualquier historia de amor solo por escribir un verso, de eso estoy completamente segura. 

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El deseo es algo tan azaroso. De repente estás sentada en una sala de profesores cualquiera, un movimiento divergente, una mirada furtiva, el kairós, enajenación, estás atrapada. Entonces me mueve un anhelo insaciable de conversar, aunque sea cualquier nimiedad, aunque sea hablarte de la filosofía de la ciencia, aunque sea hablarte de Roland Barthes, aunque sea hablarte de Bauman, aunque sea hablarte de que este fin de semana me he leído un libro de Carmen Martín Gaite. El deseo consiste en atraparte. Te pienso durante dos o tres días y después se me pasa.