viernes, 24 de octubre de 2025

 Me encuentro a gente por la calle y me pregunto a cuántos de ellos les habrán roto el corazón paulatinamente, cuántos habrán sentido el derrumbe y el hundimiento a cuentagotas, el mal presagio anidado en las tripas, la mano invisible que oprime la garganta, la sensación de desmoronamiento como algo irremediable que avanza hacia no sabemos dónde. Me encuentro a gente por la calle y me pregunto cuántos de ellos habrán roto el corazón a alguien paulatinamente, cuántos de ellos habrán sido incapaces de comunicar un dolor incomunicable, cuántos de ellos habrán mirado a la persona con la que duermen y no la habrán reconocido, cuántos de ellos se habrán preguntado, mientras volvían del trabajo, si deseaban esa vida, si habían aspirado, cuando eran jóvenes e idealistas, a esa vida.

Me reconozco en los dos sentidos y me da miedo.

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¿Cómo será mi versión de ahora frente a tu versión de ahora? ¿Seguirá existiendo algo irresoluble y magnético o, por el contrario, solo quedará un vacío ensordecedor y deserotizante? Esto lo pienso mientras viajo en un interurbano, suena You know I'm no good en mis auriculares y aún es de noche.

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A veces me gusta tener citas con hombres que sé que me desean. No suelo mostrarme demasiado ansiosa porque me fascina estirar el deseo como si fuese algo gelatinoso y pegajoso, una especie de sustancia viscosa que se adhiere al cuerpo, algo que se extiende, —que tú extiendes de manera deliberada— que se pega a los recovecos de la carne, del cuerpo, de las manos, de los labios.

Me gusta fumar con estos hombres (yo no fumo, pero a veces una necesita una dosis de teatralidad, configurarse inaccesible y cautivadora) y analizarlos concienzudamente, mientras acerco el cigarro a mi boca y los miro de manera dramática y performativa. Entonces los interrogo. Les pregunto qué les conmueve, qué les hace llorar —si me responden que no lloran, sé que la cita ha concluido—, si les parezco una chica inteligente y mona, si alguna vez habían conocido a una persona tan directa. Entonces ellos se asustan, se derriten, se perciben vulnerables, se autoflagelan. Entonces yo siento esa sustancia espesa, que se extiende de manera deliberada por todos los recovecos de la carne, del cuerpo, de las manos, de los labios. 

En ese preciso momento marco un límite, un límite claro y manifiesto, lanzo el cigarro a mis pies, abro los ojos, los miro de manera genuina y honesta y les confieso que siento miedo.

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El trabajo es el único sitio donde no pienso en el amor. El trabajo se configura como un vasto lugar de producción y caos intermitente donde me alejo de ti; no existes en este espacio, tu existencia queda invisibilizada por adaptaciones curriculares y familias desestructuradas. Siento serenidad y quietud en medio de un vasto lugar de desapego y tristeza y esto también me da miedo. 

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Siento celos retrospectivos al pensar que caminarás con otra mujer que no seré yo por una ciudad que nunca fue tuya.

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Escucho Shallow mientras transito por la A6 y observo los coches en contrasentido. Are you happy in this modern world? Me fijo en las farolas que iluminan la autovía, dispuestas simétricamente una a una, alumbrando cierta impaciencia contenida. ¿Cuántas de esas personas que ocupan esos vehículos, cuántas de estas personas que comparten conmigo el autobús, estarán agotadas y exhaustas? ¿Cuántas de estas personas no tendrán tiempo para visitar a sus padres octogenarios porque tienen que cocinar el tupper del día siguiente, atender la llamada que ya no pertenece a su jornada laboral? ¿Cuántas de estas personas estarán tan cansadas que no sentirán deseo ni ganas de explorar el cuerpo de su pareja, que sentirán cómo su relación se estanca y se precipita en una vorágine de emails por contestar? ¿Cuántas de estas mujeres sentirán un desequilibrio manifiesto entre el reloj biológico y la ambición profesional? ¿Cuántas de estas personas pensarán este discurso mientras continúan varadas en la A6, alumbradas por una hilera de farolas simétricamente dispuestas y resignadas a aceptar una soledad impuesta? Aren't you tired trying to fill that void? 

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Me sucedió algo rarísimo con Corazón tan blanco de Javier Marías. Mientras lo leía, quise mandar algunos fragmentos a una persona ya inexistente, rogarle que me confesase su opinión, inferir si también estos versos —para mí este libro es una suerte de tratado poético y filosófico— lo trastocarían. Quise escribirle, decirle que en los actos sociales pienso en él (todo el tiempo).

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Escribe Javier Marías: «Aquello ocurrió y a la vez no ha ocurrido, al igual que todo, por qué hacer ni no hacer, por qué decir sí o no, por qué fatigarse con un quizá, o un tal vez, por qué decir, por qué callar, por qué negarse, por qué saber nada si nada de lo que sucede sucede, porque nada sucede sin interrupción, nada perdura ni persevera ni se recuerda incesantemente, lo que se da es idéntico a lo que no se da, lo que descartamos o dejamos pasar idéntico a lo que tomamos y asimos, lo que experimentamos idéntico a lo que no probamos, volcamos toda nuestra inteligencia y nuestros sentidos y nuestro afán en la tarea de discernir lo que será nivelado, o ya lo está, y por eso estamos tan llenos de arrepentimientos y de ocasiones perdidas, de confirmaciones y reafirmaciones y ocasiones aprovechadas, cuando lo cierto es que nada se afirma y todo se va perdiendo. O acaso es que nunca hay nada». 


domingo, 12 de octubre de 2025

Caminando en círculos

Observo La Mancha como una llanura imperturbable, un mar ocre y cálido bañado por un sol de otoño. Voy en el tren y recorro con los ojos cada camino de tierra que atisbo. Todos obedecen a una ley inexorable: comienzan y concluyen de igual modo. Entonces aparece otro camino más nítido y más imperecedero, más sinuoso, parece que nunca va a terminar, que no será efímero ni transitorio. Entonces pienso en si tú también estarás viajando a tu tierra, si también tus ojos se perderán en este tipo de insignificancias a las que yo suelo atender —me resultan análogas al amor y al dolor—, si tú también te acordarás de mí en este tipo de situaciones, si te sentirás vacío y triste en medio de un vagón abarrotado de gente que no levanta los ojos de sus teléfonos, que no busca los caminos imperecederos y hermosos que conducen hasta la tierra que los vio nacer.

Observo, también, una sucesión de nubes bajas y grises, aridez, árboles raquíticos y enfermos y me acuerdo inevitablemente de Canto yo y la montaña baila de Irene Solà. Jamás había entendido el bucolismo. No lo entendía porque no lo sentía y ahora quisiera llenarme las manos de tierra, la boca de tierra, sentir el pálpito de la tierra en la que he nacido, sentir un torrencial de óxido en la lengua y la sangre acaudalada por mis venas.

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Una vez un hombre me dijo que el léxico que utilizaba en estos textos guardaba ciertos tintes marxistas. Lo miré de soslayo, ladeé la cabeza, bebí de mi copa, abrí mucho los ojos, pestañeé muy rápido, contraje el abdomen, junté las rodillas y me limité a sonreír. 

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¿Tú también tendrás citas infértiles y huecas o estarás inmerso en la vorágine de una relación rutinaria, sin sentido, sin dramatismo, sin vértigo? Yo también vivo en una espiral de vacío.

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Leo a Javier Marías en esta suerte de domingo y pienso que ser sensible es oscuro y tenebroso en una sociedad inmediata y obsesionada con la producción. ¿Crees que el amor ha sobrevivido a estas dinámicas? Observo a mi alrededor y encuentro a muchas parejas que ya no se quieren —aunque existiese un tiempo en el que sí lo hicieron—, subsistiendo por inercia, sumergidos en una especie de ritual alienante de miseria y pienso en ti, pienso en ti como tantas noches en las que me invade la nostalgia y el deseo, pienso en si sabrás reconocer el amor cuando lo tengas de frente, pienso en si podrás soportar su peso y su dolor, si tendrás el suficiente arrojo de enfrentarlo como yo lo hice cuando te tuve de frente, si serás capaz de demostrar firmeza y no volubilidad, si podrás amar lo no iniciado como yo lo amé, como yo lo amé.

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Este díptico de la pérdida se fundamenta en la memoria, en una ciudad compartida, en la nostalgia, en la herida.

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Este diálogo es un no-diálogo encubierto.

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Este no-diálogo es un diálogo encubierto.

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Este discurso es, también, una forma de poder, de resistencia, de fragilidad.

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Leí en el Instagram de Marta Jiménez Serrano: Cuenta Chirbes que un día, hablando de los grandes escritores (Cervantes, Dostoievski, Balzac), se lamentaba con Martín Gaite. "¿Para qué escribimos?", le decía. Ella le contestó: "Escribimos para salir limpios de experiencias atroces, ¿te parece poco?"

martes, 2 de septiembre de 2025

Salamanca

 El dolor es universal. ¿A quién no le ha dolido la pérdida de un amor, la decepción de una amistad o la muerte de tus padres?

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No sé si eres consciente de que, cuando escribes, lo haces también contra mí, conmigo, a pesar de mí.

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He leído un libro de Rafael Chirbes durante este verano y me hubiese gustado contarte qué sentí al hacerlo: desazón, desasosiego. En el prólogo de la edición que leí de La buena letra, Chirbes cuenta que eliminó el último capítulo porque nunca creyó en la idea de que el tiempo corrige las injusticias, sino más bien las hace más profundas. Quiso liberar, así, al lector de esa falacia. Para él, la justicia del tiempo era inaceptable por engañosa. 

El libro cuenta la historia de una familia del bando perdedor y de la miseria que trajo consigo la posguerra. Me fascinó porque Chirbes configuró una manera para mostrar que lo cotidiano y lo íntimo también es necesariamente político.

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Este verano me han llamado dos personas diferentes radical por mis opiniones políticas. Les contesté que la realidad era radical. Cómo me gustaría desligar mi mirada, a veces, de una realidad atravesada  inherentemente por lo político. 

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Todos los hombres de mi vida, de un modo u otro, están vinculados a la misma ciudad. A veces pienso que jamás podré desligarme de ella.

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En The Young Pope, Jude Law se pregunta: ¿Qué es más bello, amor mío? ¿el amor perdido o el hallado? No te rías de mí. Lo sé, soy torpe e ingenuo en lo que se refiere al amor, y hago preguntas sacadas de una canción pop. Esta duda me supera y me hace flaquear. ¿Encontrar o perder? A mi alrededor la gente no deja de suspirar. ¿Lo han perdido o lo han encontrado? No puedo decirlo. Un huérfano no puede saberlo porque le falta el primer amor, el amor de sus padres. De ahí viene su torpeza, su ingenuidad. 

Me dijiste en aquella desierta playa de California: "puedes tocarme las piernas". Pero no lo hice. Eso, amor mío, es amor perdido. Por eso nunca dejo de preguntarme, desde ese día, ¿dónde habrás estado? ¿y dónde estarás ahora? Y tú, brillo incandescente de mi juventud malgastada, ¿lo has perdido o lo has encontrado? No lo sé, y nunca lo sabré. Ni siquiera recuerdo tu nombre. Y no tengo la respuesta, pero me gusta imaginármela así. Al final, amor mío, no tenemos elección. Tenemos que encontrarlo»

sábado, 16 de agosto de 2025

32

Hay textos que no interpelan: perforan. Hoy cumplo 32 años y esto que escribo aquí es lo que soy ahora.

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Llegué al portal de mi casa de Madrid de madrugada. Cuando abrí la puerta del ascensor, el espejo me devolvió una caricatura decrépita y grotesca. Tu cara es un débil y trágico flash a las cinco de la mañana. Tengo el eyeliner completamente destruido, el pintalabios es un símil de un desierto lejano e ignoto, el cuerpo me late, me pesa, me duele, me aterra. Entonces recuerdo ese poema de Gil de Biedma, sonrío frente al espejo y pienso en aquel verso que habla de la humillación imperdonable de la excesiva intimidad. 

Me contemplo lejana, titubeante e irrisoria. Tiemblo frente al espejo, no debí beber aquella copa, no debí haber mirado a aquel muchacho con los ojos abiertos y encendidos como un gamo herido, las rodillas muy juntas y temblorosas, no debí haberle dicho que lo llamaría, porque no lo haría. 

Sonrío desafiante y soberbia: también soy esta mujer que ahora se siente depresiva y sola en un ascensor milimétrico, como una ficha de dominó a punto de caer. 

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Hace muchos años que un hombre me miró de frente y me recitó: «tus ojos me recuerdan / las noches de verano».

En aquel momento yo pensé que cualquier desencuentro, cualquier diferencia, estaba justificado si hubo una vez en la que un hombre me miró de frente y me recitó a Machado.

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Está bien e, incluso, es sano que ciertas cosas que creíamos ancladas muten y nos estremezcan. El deseo es escurridizo y yo soy devota. 

El amor es conocimiento, pero ¡ah! el misterio es un vacío revelador y magnético.

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Escucho en la playa a mujeres hablar durante muchísimo tiempo de aquello que comen, de las cantidades que comen, de que gastaban una 36 cuando tenían veinte años, de que tenían las piernas firmes y ligeras cuando eran adolescentes, de que la carne de sus brazos no era flácida ni desequilibrada, de si tienen celulitis, varices, estrías, arrugas, el suelo pélvico debilitado, osteoporosis, artritis reumatoide, fibromialgia... Intuyo cierta vergüenza mientras se agarran las entrañas con el propósito de ocultar la grasa trémula del bajo vientre. A mí me gusta contemplarlas desde lejos, escucharlas desde lejos. Me parecen hermosas, así, orondas, coquetas, ufanas. Me gustaría susurrarles que su belleza no es de este mundo, no lo es, no lo es; esta belleza es etérea y volátil, esta belleza no responde a ningún canon impuesto, esta belleza no es efímera, no lo es, no lo es; esta belleza es antisistema porque, mientras ellas se palpan la grasa y se avergüenzan, yo las observo con el orgullo que me otorga mi sexo; observo mis caderas, mis piernas, mis brazos y no quiero sentir pánico ante esta realidad asfixiante.

(este discurso jamás lo pronunciará un hombre).

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«Lo sé, Sé que nunca más encontraré nada ni nadie que me inspire pasión. Tú sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita una energía, una generosidad, una ceguera... Hasta hay un momento, al principio mismo, en que es preciso saltar un precipicio; si uno reflexiona, no lo hace. Sé que nunca más saltaré».

Escribe Sartre.

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Dice Rebecca Solnit: «Tratamos el deseo como si fuera un problema que hay que resolver; nos centramos en aquello que deseamos y ponemos la atención en lo deseado y en cómo conseguirlo en lugar de en la naturaleza y la sensación del deseo, pero a menudo es la distancia que existe entre nosotros y el objeto del deseo lo que llena el espacio entre ambos con el azul del anhelo. (...) Aquí se encuadra el misterio de por qué las tragedias son más hermosas que las comedias y porqué algunas canciones e historias tristes nos producen un inmenso placer. Siempre hay algo que está lejos. (...) Incluso cuando tienes delante a esa persona, hay algo de ella que sigue estado increíblemente lejos: cuando te acercas a ella para abrazarla, tus brazos rodean el misterio, lo incognoscible, aquello que no puede poseerse. Lo lejano impregna incluso lo más cercano. Al fin y al cabo, apenas sabemos lo que tenemos en las profundidades de nuestro propio ser».

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A veces pienso en esas cartas que te envíe, dónde estarán dónde estarán, dónde estará mi orgullo mi vergüenza mi vanidad mi ego, dónde estarán dónde estarán, pulverizadas ocultas en el hueco de una estantería olvidadas alojadas en algún rincón de tu cabeza presionándote enterradas dentro de una cabeza llena de arena.

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Hay canciones y poemas que me hacen acordarme de ti. Hay veces que estoy inmersa en una cotidianidad anodina y percibo cierta corriente desarraigada y extraña que nos conecta, algo visceral y agudo en el pecho, en el estómago, en mi cabeza, como si mi cuerpo se abandonase a una performance misteriosa, como si intuyese que me estás pensando en ese preciso momento. Entonces te pienso, te pienso, te pienso, me abandono a esta intuición, a esta pulsión, te sigo pensando y no sucede nada. 

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«Lo tuvimos tan cerca que nunca lo vimos, lo perdimos tan fácil que valió la pena. Y ahora quiero llamarte por teléfono y decirte que, aunque no me diera cuenta en aquel momento, aquello fue importante para mí».

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Los siento ahí, famélicos, los noto mucho antes de verlos, mucho antes de entenderlos, pero están allí, abiertos, húmedos y negros, como dos pozos: tus ojos. Sigo creyendo que no hemos terminado de comunicarnos. 

sábado, 26 de julio de 2025

Todo esto me sirve para dar cauce al dolor, una especie de ética de la belleza, una forma de sostener lo insostenible. 

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Soy una mente rizomática: no escribo desde la lógica, sino desde el vínculo.

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En bastantes ocasiones mis amigos tienden a hablar de cuestiones sociológicas. Entonces, varados en mitad de Lavapiés, se levanta un debate apasionado y entusiasta acerca de la existencia o no existencia de la clase media. En ese momento muchos sostienen que el concepto clase media es una trampa, un subterfugio para invisibilizar la clase obrera, erradicar la conciencia de clase y percibir la lucha de clases como algo obsoleto, arcaico e innecesario. Mis amigos, además, hablan del discurso meritocrático, de cómo nos han hecho creer que nuestros intereses confluyen con los de aquellos que jamás pisarán una terraza de Lavapiés, cómo nuestra autopercepción social se ve continuamente bombardeada y alienada con ese fin. 
Recuerdo que defendí la idea de que me producía sonrojo comparar el sueldo que yo ganaba en la actualidad con el que ganaban mis padres y que me autopercibía clase trabajadora, pero sentía cierto recelo o vergüenza de ciertos privilegios adquiridos y que, seguramente, estos también fueran una trampa del capitalismo.

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Mi consejo es que nunca quedes con un hombre con el que hayas fantaseado ligeramente porque, repentinamente, se convertirá en alguien anodino e insignificante. Es necesario legitimar la mitomanía. 

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Escribe Pedro Lemebel: «es tan ordinario el amor que hasta los pacos se enamoran».

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Solo lo que no cesa de doler permanece activo. El olvido es una fuerza activa.

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Ignorar las estructuras que nos moldean es perpetuar patrones de desigualdad. ¿No crees que la reflexión es también una forma de compromiso ético?

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A veces pienso en esa niebla, en esa especie de confusión latente y gravitatoria. Creo que esa sombra es parte del amor mismo, como un contorno inevitable. Amar es, en cierta medida, anticipar la ausencia. 

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Escribí en las notas del móvil: amo mi vida disoluta, amo mi versión en Madrid (me siento más guapa, elocuente, interesante y divertida). Pienso en un amor distorsionado por el que sentí cierta devoción desmedida. También pienso en que tú jamás hubieses comprendido esta libertad que ejerzo.

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«Ahora creo que en el valor de lo que pasamos y, aún así, nunca me sentí tan vulnerable en esta existencia tan cambiante». Es innegable pensar que, incluso, el amor está atravesado por tensiones estructurales.

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Anoté acerca de mi intensidad: cuando era más joven, actuaba de manera más impulsiva, adolescente y febril; ahora es cierto que soy algo más reflexiva y racional, aunque sigo existiendo en el mundo de una manera desordenada e intuitiva. Me resulta ficticio leer un poema y no sentir estremecimiento. 

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«El instante en que un sentimiento penetra en el cuerpo es político. Esta caricia es política». Escribe Adrienne Rich.

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Ayer A. me comentó que, cuando salió de casa, se encontró con el ex de su hermana, quien estaba acompañado por una mujer y dos niños. Le comenté que habíamos entrado en esa etapa oscura en la que tus ex comienzan a casarse y a tener hijos.

(Recordé ese poema de Alba Flores en su poemario Azca: «estoy empezando a entrar en la edad / en la que ya no me da miedo / morirme / quedarme en el paro / o que me salgan arrugas por todo el cuerpo / a lo que de verdad tengo miedo ahora / es a que te cases / y que ya siempre sea tarde para estar contigo»). 

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Lo contó Julián Barnes: «Juntas a dos personas que nunca habían estado juntas (...) y se crea algo nuevo y el mundo cambia. Después, tarde o temprano, en algún momento, por una razón u otra, una de las dos desaparece. Y lo que desaparece es mayor que la suma de lo que había. Esto es quizá matemáticamente imposible, pero es emocionalmente posible».

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«no me hables de tus tesis doctorales / háblame despacio de tu primer amor / a mí qué me importan las ciudades en las que hayas / vivido / (...) por qué estar en esos sitios / ¿qué ganas? / aparte de dinero y reputación y amigos y contactos / y experiencias y fondos de pensiones y coches y / áticos y viajes a oriente y cumplir los sueños de / cuando eras niño / de cuando eras niño / y yo era tu primer amor /  así que no me hables de tus tesis doctorales / háblame despacio de cómo era yo»

lunes, 7 de julio de 2025

 Apunté, de madrugada y completamente ebria: amar desde el control, desde una narrativa que te proteja. Habitar el lenguaje desde la incertidumbre.

(supongo que te recordé).

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«¿no escribe todo poeta un poema sobre el amor no correspondido?»

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«si de verdad fuera un poeta, te mordería la yugular».

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tú lograste activar una dimensión que no todos han comprendido.

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En algunas ocasiones me da por pensar en el estrato social de todos mis intereses amorosos. Percibí que, de algún modo u otro, no procedemos de la misma clase social. La mayoría de ellos proviene de familias cuyos padres fueron a la universidad. Cuando lo comento con mi madre, esta experimenta una especie de rubor interno, una suerte de vergüenza impuesta y legítima. Entonces la miro a los ojos y le digo que nuestra clase social es la de la clase obrera, que fuimos capaces de atravesar todos los obstáculos y dificultades que eran intrínsecos a nuestra propia condición. Entonces la miro a los ojos y no lo digo, porque me avergüenza cierta soberbia que me recorre, pero pienso en el capital cultural de muchos de ellos y en el mío propio y fantaseo con poder hablarte abiertamente de Bourdieu en una terraza de Malasaña mientras nos cae el sol a chorros, mirándonos a los ojos atávicamente, en una especie de duelo de miseria ancestral. 

Entonces miro a los ojos a mi madre y le digo que esta mujer que soy ahora también es ella.

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El viernes volví a tener veinte años:








miércoles, 2 de julio de 2025


 Já não era para ser
Já vem fora de tempo
Já lá vão tantos anos
Quantos já nem me lembro
Já nem eu pensava
Já nem eu esperava
Já não era para mim
Já vem fora da hora
Já nem sei bem se quero
Já não sou a mesma
Nem sei se ainda te espero
Já não tinha esperança
Já não tinha fé
Já não era para mim
E no entanto sei que cá dentro nada mudou
Os anos passaram, os amores passaram
E eu aqui estou.

lunes, 30 de junio de 2025

 Leí en un borrador que tenía en este blog desde 2013 que ya no se es triste como se era antes. Tenía razón: ya no existe un halo de nostalgia conmovedor, ni un patetismo traumático y poético. Ahora la tristeza ha quedado desocupada.

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Apunté esta mañana mientras ascendía por las escaleras mecánicas de Plaza Castilla: cualquier experiencia salir del metro, percibir una tormenta en la piel, caminar por un barrio burgués y ordenado se me antoja estética.

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Me acordé de este verso de Antonio Gamoneda y decidí tuitearlo: «Ésta es una ciudad desconocida y llueve sin esperanza. / No hay memoria ni olvido y el error es la única existencia. / ¿Quién me ama en esta ciudad desconocida?»

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El sábado, varada entre el humo y la incertidumbre, un tipo me comentó que me observaba como una persona alegre, pero que en mis textos no me percibía así. Lo contemplé y le respondí que yo era ambas mujeres.

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Me he puesto a Quique González en este lunes hostil y desdichado y he decidido escribir en este blog para articular los miles de pensamientos que bullen en mi cabeza. Hace años que no escribo de esta manera (ahora tardo muchísimo en lanzarme aquí) y siento una corriente indómita que domina mis dedos, tecleando una vorágine dialéctica indecisa, pero firme. A veces resulta compasivo para una misma recordar por qué escribimos.

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Escribe Chantal Maillard en un poema milagroso: «Escribo / para que el agua envenenada / pueda beberse».

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Pienso tantísimo en aquellos poemas que no nos estamos descubriendo mutuamente. 

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Yo no me vengaré al uso: yo te dedicaré un poema que te dolerá por todo el cuerpo. 

sábado, 28 de junio de 2025

 Escuché en una entrevista que meditar sobre la muerte frecuentemente sirve como rito iniciático a la escritura. 

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¿Por qué sigo buscando una explicación estética para un dolor que es completamente visceral?

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Aceptar la herencia del dolor, una genealogía pura y verdadera.

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La belleza tiene sus reglas. Somos seres conmovedores. 

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Fui a ver con M. la película de Sirat: trance en el desierto. Cuando salimos del cine, M. me comentó que le había recordado a la estética de Angélica Liddell. Entonces yo recordé que hubo una obrita de teatro en la que Oliver Laxe y Angélica Liddell coincidieron. En ella hacían una performance muy loca sobre un tratado de Deleuze. Me gustó que M. encontrase esa conexión porque la teoría de los vasos comunicantes siempre me fascinó: ahí radica el germen del arte.

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En el amor el yo es inocultable, en el amor el yo es incontenible. 

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Escribe Anne Sexton: «Amar a otra persona se parece a una plegaria y no puede planearse, solo te entregas a sus brazos porque tu fe supera la falta de fe».

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Escribe Malén Denis: «a veces soy clara y contundente en los poemas / a veces soy como una bruma espesa / dentro y fuera de los poemas / a veces intento lastimarte / con los poemas, provocarte con los poemas, / enojarte con los poemas, / hacerte llorar / a veces, incluso, uso los poemas para que me ames / o para amar».

(te lo hubiese enviado si hubiese sido yo la que lo hubiera escrito).

domingo, 15 de junio de 2025

 ¿Todavía leerás un poema desgarrador y te evocará a un futuro incierto y lejano que no fue? 

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Dice Berta García Faet: «No deseo intervenir en ningún debate teórico: deseo narrar mis enamoramientos».

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Hace un par de días entré en una tienda de libros de segunda mano a la que suelo acudir con asiduidad. Allí siempre me pierdo entre las mismas estanterías: poesía, filosofía, sociología, feminismo. Encontré una obra canónica de Menéndez Pidal que no me despertó una pasión exacerbada, pero mi ego como filóloga se activó y tuve que llevármelo. En medio de esa disyuntiva advertí una mirada ajena atravesada por el deseo. Supongo que el tipo pensó que yo era alguien interesante por el libro que había elegido. No pude evitar fijarme en qué libro llevaba él. ¿Quién lee a Fernando Savater en pleno 2025? pensé. Un fascista.

Pagué y no dije nada.

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A veces me gusta pensar en el subtexto y en lo simbólico. Me atrapa todo lo misterioso, lo oblicuo, aquello que no se dice, aunque se palpe y se intuya. Muchas veces me desdigo a mí misma e intento no caer en esa trampa y otras veces actúo por necesidad de equilibrio, por romper lo asimétrico, una manera de autoafirmarme y de decir yo también puedo habitar este lenguaje. 

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Leí en un libro de Jazmina Barrera su primer encuentro con Alejandro Zambra y me pareció esperanzador: «Conocí a Alejandro en la Biblioteca Pública de Nueva York. Él estaba dando una charla y yo, que nunca digo nada desde el público porque me da vergüenza, levanté la mano y le pregunté si no extrañaba los libros que había dejado en Chile. Se lo pregunté porque yo extrañaba mucho los míos. Me dijo que no. 

La primera vez que fue a mi departamento, Alejandro inspeccionó mi pequeña biblioteca y antes de irse concluyó: nos gustan los mismos libros. No es la frase más romántica que me ha dicho, pero sí fue muy importante, porque tener los mismos gustos en libros, a mi parecer, implica muchas cosas: que sentimos empatía con emociones semejantes, que nos importa el sentido del humor y nos reímos con cosas similares, que buscamos algo parecido en el arte y en lo libros, que son nuestro quehacer cotidiano». 

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Dice José Agustín Goytisolo: «yo quiero / decirte que te amo / en esta hora: cuando tú tiemblas / y no sabes / por qué».

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Escribe Patricia Highsmith en sus diarios: «Para vivir la vida de la mejor manera posible, una debe vivir y moverse siempre con una sensación de irrealidad, de drama en las cosas más pequeñas, como si viviese un poema o una novela, otorgando la mayor importancia al camino que se escoge hasta un restaurante preferido, creyéndose uno mismo mientras curiosea una librería, susceptible de deshacerse o hacerse, destruirse o renacer, de resultas de la literatura que uno elige. Solo en su habitación, uno debería ser Dante, Robinson Crusoe, Lutero, Jesucristo, Baudelaire, y en resumidas cuentas ser poeta en todo momento, verse de manera objetiva uno mismo y el mundo exterior de manera subjetiva, un estado de ánimo que en comparación con la realidad de la pena de un amor perdido es destructivamente real y brutal».

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Fui al teatro a ver Los yugoslavos de Mayorga. Mi amiga O. hizo una reflexión lúcida y lo conectó con una situación emocional que yo viví hace muchos años y que a veces emerge y me hace estremecer. O. me comentó que las palabras son insuficientes, que necesitamos mapas que nos orienten para tocar tierra. Pensé, inevitablemente, en este desencuentro prolongado en el tiempo como algo onírico e irreal, una suerte de quimera incompleta y pusilánime.

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Arranques de intimidad. Esto lo tengo escrito en mis notas del móvil. No sé en quién pensé cuando lo escribí.

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Cocino con Salvador Sobral de fondo ensalada de pasta para la semana. Mientras echo atún en un cuenco de plástico pienso en la ternura y en la devoción, en la posibilidad de hacer eterno lo efímero, ¿será suficiente aceite?, el amor y el dolor, el amor y el dolor, me encanta ponerle piña a la ensalada, tu recuerdo como un manantial enajenado y desposeído. 

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He visto en La Script una entrevista a Oliver Laxe donde afirma que una neurosis es una manera atrofiada de pedir amor.

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Me ha comentado un compañero de trabajo que tengo una manera muy sociológica de observar el mundo.

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Este domingo leí Seismil de Laura C. Vela. Le he escrito a mi amiga V. que es el libro más doloroso que he leído en lo que va de año. En él Laura escribe lo siguiente: «Los momentos que recuerdo están a trozos, imágenes sueltas que no consigo conectar. No encuentro el hilo, a veces no sé qué vino antes y qué después. Leí en un ensayo del que no recuerdo el nombre que el nihilismo se ha entendido mal, que se ha vendido como una filosofía intensa para adolescente que no creen en nada, pero que en realidad el nihilismo es haber perdido el hilo. El hilo materno, el hilo con la infancia, que es donde encontramos lo que realmente somos y, cuando conectamos con ese yo, se nos cae la máscara. Entonces pienso: si has perdido el hilo, ¿ya no podrás retirar la máscara? Si has perdido el hilo, ¿cómo escribir de una manera que no sea fragmentada?»

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Escribe Natalia Velasco este poema: «Perder la lengua materna debe ser / como quedarse ciega por dentro / como quedarse sin piel / sin bordes / debe ser liberador / que las cosas dejen de tener nombre / que pierdan la forma / y se vuelvan líquidas / poder bebérmelo todo / y que me sepa para siempre la boca / a ningún sitio».

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Dice Mónica Ojeda: «Ella me dijo una vez que cuando el mundo de alguien es destruido ya no queda nada, ni siquiera el dolor, porque el dolor solo puede existir cuando hay mundo". También: "El deseo se parece a cientos de pájaros estrellándose contra una boca cerrada". Y además: "En lo innombrable hay imperios de luciérnagas».

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Necesito de voces ajenas que me ayuden a escribir este relato inconcluso, este poema poroso, este tratado lleno de huecos, sombras y vaguedades.

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«¿Se dan ustedes cuenta de que las palabras, que son las herramientas para comprender el mundo, son también las que no extrañan de él? Porque las palabras son embajadoras de la realidad: no hay otro modo de relacionarse con la realidad que a través de las palabras. Pero estas embajadoras son con frecuencia estrambóticas, contradictorias, difíciles... Tienen un significado dentro de ti y otro fuera de ti. Y es que las palabras llevan una doble vida, como la mayoría de las personas complicadas. Hay algo muy peligroso y es cogerle miedo a las palabras. Entonces dejar de decirlas, y se quedan dentro de ti como un pelo mal arrancado que se convierte en forúnculo. ¿Qué sientes? ¿Cómo estás? Di algo que sea bien o mal. Forúnculo. Forúnculo, forúnculo, forúnculo».