Me encuentro a gente por la calle y me pregunto a cuántos de ellos les habrán roto el corazón paulatinamente, cuántos habrán sentido el derrumbe y el hundimiento a cuentagotas, el mal presagio anidado en las tripas, la mano invisible que oprime la garganta, la sensación de desmoronamiento como algo irremediable que avanza hacia no sabemos dónde. Me encuentro a gente por la calle y me pregunto cuántos de ellos habrán roto el corazón a alguien paulatinamente, cuántos de ellos habrán sido incapaces de comunicar un dolor incomunicable, cuántos de ellos habrán mirado a la persona con la que duermen y no la habrán reconocido, cuántos de ellos se habrán preguntado, mientras volvían del trabajo, si deseaban esa vida, si habían aspirado, cuando eran jóvenes e idealistas, a esa vida.
Me reconozco en los dos sentidos y me da miedo.
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¿Cómo será mi versión de ahora frente a tu versión de ahora? ¿Seguirá existiendo algo irresoluble y magnético o, por el contrario, solo quedará un vacío ensordecedor y deserotizante? Esto lo pienso mientras viajo en un interurbano, suena You know I'm no good en mis auriculares y aún es de noche.
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A veces me gusta tener citas con hombres que sé que me desean. No suelo mostrarme demasiado ansiosa porque me fascina estirar el deseo como si fuese algo gelatinoso y pegajoso, una especie de sustancia viscosa que se adhiere al cuerpo, algo que se extiende, —que tú extiendes de manera deliberada— que se pega a los recovecos de la carne, del cuerpo, de las manos, de los labios.
Me gusta fumar con estos hombres (yo no fumo, pero a veces una necesita una dosis de teatralidad, configurarse inaccesible y cautivadora) y analizarlos concienzudamente, mientras acerco el cigarro a mi boca y los miro de manera dramática y performativa. Entonces los interrogo. Les pregunto qué les conmueve, qué les hace llorar —si me responden que no lloran, sé que la cita ha concluido—, si les parezco una chica inteligente y mona, si alguna vez habían conocido a una persona tan directa. Entonces ellos se asustan, se derriten, se perciben vulnerables, se autoflagelan. Entonces yo siento esa sustancia espesa, que se extiende de manera deliberada por todos los recovecos de la carne, del cuerpo, de las manos, de los labios.
En ese preciso momento marco un límite, un límite claro y manifiesto, lanzo el cigarro a mis pies, abro los ojos, los miro de manera genuina y honesta y les confieso que siento miedo.
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El trabajo es el único sitio donde no pienso en el amor. El trabajo se configura como un vasto lugar de producción y caos intermitente donde me alejo de ti; no existes en este espacio, tu existencia queda invisibilizada por adaptaciones curriculares y familias desestructuradas. Siento serenidad y quietud en medio de un vasto lugar de desapego y tristeza y esto también me da miedo.
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Siento celos retrospectivos al pensar que caminarás con otra mujer que no seré yo por una ciudad que nunca fue tuya.
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Escucho Shallow mientras transito por la A6 y observo los coches en contrasentido. Are you happy in this modern world? Me fijo en las farolas que iluminan la autovía, dispuestas simétricamente una a una, alumbrando cierta impaciencia contenida. ¿Cuántas de esas personas que ocupan esos vehículos, cuántas de estas personas que comparten conmigo el autobús, estarán agotadas y exhaustas? ¿Cuántas de estas personas no tendrán tiempo para visitar a sus padres octogenarios porque tienen que cocinar el tupper del día siguiente, atender la llamada que ya no pertenece a su jornada laboral? ¿Cuántas de estas personas estarán tan cansadas que no sentirán deseo ni ganas de explorar el cuerpo de su pareja, que sentirán cómo su relación se estanca y se precipita en una vorágine de emails por contestar? ¿Cuántas de estas mujeres sentirán un desequilibrio manifiesto entre el reloj biológico y la ambición profesional? ¿Cuántas de estas personas pensarán este discurso mientras continúan varadas en la A6, alumbradas por una hilera de farolas simétricamente dispuestas y resignadas a aceptar una soledad impuesta? Aren't you tired trying to fill that void?
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Me sucedió algo rarísimo con Corazón tan blanco de Javier Marías. Mientras lo leía, quise mandar algunos fragmentos a una persona ya inexistente, rogarle que me confesase su opinión, inferir si también estos versos —para mí este libro es una suerte de tratado poético y filosófico— lo trastocarían. Quise escribirle, decirle que en los actos sociales pienso en él (todo el tiempo).
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Escribe Javier Marías: «Aquello ocurrió y a la vez no ha ocurrido, al igual que todo, por qué hacer ni no hacer, por qué decir sí o no, por qué fatigarse con un quizá, o un tal vez, por qué decir, por qué callar, por qué negarse, por qué saber nada si nada de lo que sucede sucede, porque nada sucede sin interrupción, nada perdura ni persevera ni se recuerda incesantemente, lo que se da es idéntico a lo que no se da, lo que descartamos o dejamos pasar idéntico a lo que tomamos y asimos, lo que experimentamos idéntico a lo que no probamos, volcamos toda nuestra inteligencia y nuestros sentidos y nuestro afán en la tarea de discernir lo que será nivelado, o ya lo está, y por eso estamos tan llenos de arrepentimientos y de ocasiones perdidas, de confirmaciones y reafirmaciones y ocasiones aprovechadas, cuando lo cierto es que nada se afirma y todo se va perdiendo. O acaso es que nunca hay nada».