viernes, 16 de mayo de 2025

 A veces siento que estoy confeccionando un mapa afectivo. Observo cómo en cada cada textito parece nacer algo incierto, una suerte de cartografía de la memoria en la que ya no recuerdo qué era cierto.

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Suelo pensar en ese momento en el que las expectativas y la realidad no se alinean. También me acuerdo de aquellas noches en las que me abandoné a la aventura y al deseo y a conversaciones vacías de relato. Supe que jamás te olvidaría cuando me recitaste mientras llovía, ebrios y atravesados por una pulsión indómita, a Ángel González. Amor y deseo. Amor y deseo. 

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Leí un verso: «Cualquier amor es un allanamiento».

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Amar es aceptar la incompletud del otro.

A menudo pienso en el deseo del otro. Cuando el deseo del otro es atravesado por tu propio deseo, ¿en qué se convierte?

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Tendría todos los días de mi vida veinte años porque nunca he amado de manera igual. Dice Borges que la intensidad es una forma de permanecer.

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En la nueva película de Sorrentino se lanza esta pregunta: «¿No siente que el deseo es un misterio y el sexo su funeral?»

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Siento que todos estamos hablando todo el tiempo de lo mismo. Intentamos atravesar la vida y no someternos y no claudicar. 

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Aspirar a un amor recio e inconmovible: ¿solución? Lo aprendí en El fin del amor de Tamara Tenenbaum.

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En El fin del amor, que además es una serie, la protagonista sostiene: «Tengo la expectativa de que mis vínculos con mujeres sean solo descanso, nada de pasión, nada de peligro. Es un delirio narcisista, pero además es un delirio bastante machista. A los varones les queda la parte interesante, el fuego. Entonces, cuando una mujer  me sale con algo que me atraviesa, que siento que me quiere complicar la vida —pero esas complicaciones son la vida, no es que la vida es otra cosa— , esa competencia que me surge con otras minas (...), esas no son molestias, son las grandes pasiones de la vida. Las mujeres son la gran pasión de mi vida o, bueno, deberían serlo».

A las mujeres como yo nos gusta sentir la anticipación de la pérdida como algo inexorable al relato, a la historia de amor que nunca dejamos surgir.

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¿En qué parte del cuerpo alojas el amor? ¿En qué parte física lo alojas? 

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Nos intuimos a través de un blog. Hago hincapié en el verbo intuir porque creo que jamás te llegué a conocer. Cuando teníamos veinte años, nos encontramos en una boca de metro. Fingí no haberte visto, aunque lo hice, para que tú te acercases primero. Esto nunca lo hubieses sabido de no ser porque me apasiona revelar secretos después de tantos años, como descubrir una suerte de mitología privada.

No recuerdo nada de ese encuentro ni tampoco de qué hablamos. Cualquiera diría que fue de poesía o de política, siempre nuestro fingido nexo, pero no lo fue, no lo fue. Solo recuerdo tu manera de confrontar tu mirada con la mía, tan nítida como si aún te tuviese de frente. Atisbo cómo tus manos buscaron mis muslos, en una especie de juego pueril y cándido, el movimiento exacto, y después nos besamos. 

Suena Erótica de Nathy Peluso mientras regreso a Madrid como las niñas de provincias y evoco este recuerdo fútil y pasajero. Ahora me resulta tristísimo y revelador.

Después me diste la mano, caminamos por el parque, hiciste un requiebro extraño y evasivo y me soltaste. Murmuraste algo incierto, una especie de premonición del fracaso que nos sobrevendría y yo fingí no escucharte. Sí lo hice. Después nos despedimos en un desencuentro sublime y ridículo.

Diría que jamás te volví a ver, pero te encontré en tres ocasiones por las calles de una ciudad baldía. En dos de aquellas tú no acertaste a verme.

Esto lo escribí hace un mes y no sé ni por qué lo hice. El sentido de todo esto es que, pese a que a veces me parezcas un recuerdo triste, ya no temo rememorarte. 

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«Yo no fui otra cosa que un amor de juventud y ese tipo de amores no sirven para nada».

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«¿Amas demasiado o demasiado poco?» Nadie se atreve a responder.

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«El tiempo fluye siempre junto al dolor».

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Dicen mis amigos que vivo en la nostalgia y temo que sea verdad. Muchas noches, como esta, pienso en los hombres a los que amé una vez y en todas las conversaciones que tuve con ellos, fingiendo desinterés al principio y revelándome finalmente como una amante que se conforma con una tibieza malograda. Quién me hubiese odiado con la pasión que merecía.


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