domingo, 14 de diciembre de 2025

Hace un mes que vi Novecento. Esa noche soñé contigo. Hacía años que no lo hacía. Fue algo infantil y tierno, un juego de palabras que colocabas en una pizarra, palabras inconexas que ya no recuerdo. Me desperté enajenada, tratando de descifrar qué significaba aquel sinsentido onírico. Percibí el pulso acelerado y la boca completamente seca. Pensé en esa frase que se lanza en la película de que la propiedad es sagrada e inviolable y pensé que esto era la conciencia de una pérdida que aparecía y desaparecía como un río cenagoso y pantanoso, recorriendo los recovecos de mis entrañas y haciéndome recordar el ostracismo y el abandono. La pérdida es un animal que muta y permea, de repente vuelve a aparecer frente a ti en un diálogo de una película marxista o en un sueño anodino.

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Siento que mi ideología me articula en todas las decisiones que tomo y, por esto mismo, trato de ser consecuente con ella. Por eso, no entiendo a esos amigos que, al igual que yo, son funcionarios y optan por ejercer el privilegio de tener una aseguradora privada para la sanidad. No me importaría si estos amigos no se reconociesen de izquierdas (esto ellos jamás lo leerán). Me río internamente cuando se justifican afirmando que la sanidad pública de la Comunidad de Madrid se cae a pedazos por la mala gestión y las privatizaciones y, por este motivo, se decantan por la privada. Entonces yo sonrío irónicamente y les comento que hay que ser cínico para hacerle el juego a las políticas neoliberales de Madrid y aceptar ese discurso y asumirlo para tranquilizar su conciencia de socialdemócrata de tres al cuarto. Entonces la conversación se torna irascible y violenta y opto por preservar la amistad y aceptar contradicciones que para mí serían inverosímiles.

Ser de izquierdas no se ejerce en el voto, sino en cada mínima decisión que se toma. Por eso tampoco entiendo cuando observo a algunas amigas con novios que son auténticos fascistas, pero, ¡es que es buena persona! ¿Puede ser buena persona que asume una ideología de odio como propia? Permíteme dudarlo. 

Esto no es nada poético, lo sé. Solo necesitaba manifestarlo.

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La literatura me permite tantear zonas liminales, lo bello y lo turbador me inclinan siempre hacia territorios inestables.

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Me despierto y leo que ha muerto Robe Iniesta. Cuando era más joven, tenía la tiernísima fantasía de emborracharme con la persona que me gustaba y autopercibirme, de alguna forma, con cierta indulgencia. Después pensaba que escribiríamos borrachos cualquier poemilla funesto y superfluo, algo no demasiado épico para autoconvencerme de que aquel chaval no me gustaba en exceso. (Esto era engañarme a mí misma: yo siempre me cuelgo de los tíos que escriben). Después nos desnudaríamos y nos miraríamos en silencio, una escena casi tántrica, hermosa y cándida. Entonces, en mi imaginario, yo te preguntaría cuál era tu canción favorita de La Ley Innata. La respuesta siempre sería Segundo movimiento: lo de fuera. Porque lo de dentro estaba ante nosotros, fragmentario y provisional, épico y también superficial, poético y banal, una suerte de contradicción que trataría de resolver contigo.

Jamás cumplí esta fantasía porque ellos nunca respondieron adecuadamente.

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A veces estoy en el autobús o en el metro y me sobrevienen flashes de conversaciones que tuvimos. Me veo caminando por Tirso de Molina mientras suena en mis auriculares una canción ridículamente cursi y pienso en cómo reaccionaría si te tuviese de frente: ¿qué gesto haría?, ¿articularía alguna palabra?, ¿sentiría un gato colérico rasgándome la tripa? ¿me acercaría a ti o fingiría no haberte visto? A veces pienso en que, si este encuentro se produjese, aparentaría ser más interesante de lo que realmente soy (como sucede en este blog), fingiría ser más elocuente e inteligente de lo que soy y quizás mas independiente e invulnerable de lo que he terminado por aceptar. 

Probablemente nunca leas esto pero, a veces, leo un poema tristísimo y pienso en ti, pienso en ti muy despacio, recorro en mi pensamiento tu rostro, tu boca, tus facciones, y te encuentro en otros ojos y en otras bocas, pero nunca es suficiente, nunca es suficiente y te pienso muy despacio y esa lentitud me parece sensorial y erótica, porque te pienso cuando se mueve en mí un resorte intelectual y profundo y también pienso que nunca encontraremos, ni tú ni yo, algo tan hondo, tan poético, tan abismático. 

Siento un nudo aterrador en el estómago y creo que es miedo.

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Escribe Lorca: «Yo muchas veces me he perdido / para buscar la quemadura que mantiene despiertas las cosas».

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