domingo, 23 de febrero de 2025

Aún me acuerdo cuando leí este verso de Frank O'Hara y temblé: «En tiempos de crisis, todos debemos decidir una y otra vez a quién queremos».

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Todo el mundo añora secretamente a alguien. Esto lo escribí hace un par de años. Lo percibí porque siempre que me reunía con mis amigos me remitían a un viejo amor que les había hecho añicos. Advertí la idealización, aquellos defectos que detestaba de ti y que habían sido neutralizados y reducidos a una pasajera anécdota divertida. Pensé, también, en si alguien me añoraría durante el transcurso de un domingo anodino, si alguien se acordaría de que hubo una vez que titubeé ante el amor para después lanzarme a él salvaje e indómita.

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Anoche soñé contigo. Nos encerrábamos en un hotel y hablábamos durante horas de lo que jamás había hablado. No nos besábamos, no nos tocábamos. Me pareció un sueño terriblemente hermoso y pueril, una suerte de estado de gracia al que jamás regresaríamos. Después me desperté y te recordé durante un par de minutos. Pensé en ti mientras me pintaba el eyeliner a las 6:25 con una precisión vaga y dudosa (pintarme el eyeliner frente al espejo mientras pienso en un hombre siempre me ha parecido un ejercicio de erotismo baldío). Pensé en ti cuando el metro entró en el andén como un animal iracundo y desbocado. Pensé en ti cuando me encontré con el hombre que siempre se sienta frente a mí leyendo a Emmanuel Carrère en francés. 

Volví a releer tus mensajes y pensé en aquello que dudaste, escribiste, borraste, reescribiste. Pensé en la posibilidad de un contenido y de un sentido completamente distinto. Cómo sería de diferente nuestra vida si hubiésemos elegido otro discurso, si nuestras acciones hubiesen sido dispares, si nuestras decisiones no hubiesen estado condicionadas por el miedo. Pensé en esa posibilidad varios minutos y me pregunté cómo hacían los otros para vivir así, sin esta desesperación atravesándoles la sangre, las arterias, el cerebro y todos los recovecos que aún tienen vida. 

Pensé en los proyectos yermos, en las palabras que escribiste y borraste por ser imprecisas, en el nerviosismo que recorrió tu cuerpo sentado frente al ordenador (este estado de impaciencia que yo siento mientras escribo esta confesión desesperada), en cómo nuestra vida sería diferente si hubiésemos reunido el valor suficiente para decirnos que nos fascinábamos mutuamente, aunque este amor fuese algo estéril y caduco. 

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Hay veces que escribo con mucha calma y otras, como esta, en las que escribo como si tuviese alojados en la garganta la náusea, el vómito. Escribo para calmar este designio porque siento el amor así: intempestivo, corrosivo, desleal y errático.

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He vuelto a ver Normal People después de cuatro años. Es curioso que, cuando la terminé, volví a leer la reflexión que hice en Instagram acerca de ella. Me centraba en la importancia de la individualidad y del amor propio y cómo me rompieron por dentro las incertidumbres y las inseguridades de los protagonistas. Quizás ahora me centraría en la importancia de la identidad y la pertenencia a la comunidad: qué nos lleva a querer pertenecer, la otredad, el valor de la aceptación, la violencia y el placer confluyendo en un mismo cuerpo para satisfacer al otro (¿Marianne deseaba realmente esa forma de sexo o, simplemente, había asumido esa condición con el propósito de que alguien la quisiera de manera honesta?; ¿es el trauma y el dolor desde la infancia un laberinto inescrutable del que es imposible escapar?). 

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Hay una nueva canción de Zahara que dice: «¿Qué más dará la belleza y la juventud, incluso el sexo que tanto has perseguido, que has querido conservar, que has protegido? ¿Qué más dará cuando lo que de verdad te ha conmovido ha sido la ternura? ¿Qué más dará ahora la cantidad de veces que ayunaste, te metiste en la cama muerta de hambre, que no saliste porque te sentías la nada, que tu cuerpo era una talla, una cárcel, una trampa? Nada dura demasiado, tampoco la tristeza que no te deja vivir, ni el pecho alto, ni el nudo en la tripa, ni los besos a escondidas, ni tu canción favorita o el verano de tu vida, ni el cocido de tu abuela, ni el paseo por la arena, ni la noche en vela, ni el dolor de muelas, ni la corrida en su boca, ni el sentirte que estás loca o cuando te dejan rota, ni siquiera la derrota. Ni el vértigo o las náuseas, ni el pánico o las lágrimas, ni tu ídolo o la lástima, ni el público o las rayas, ni el dinero de tu cuenta, ni el miedo a perderla, ni el querer morirse porque no contesta. ¿Qué más dará la belleza y la juventud, incluso el sexo que tanto has perseguido, que has querido conservar, que has protegido? ¿Qué más dará cuando lo que de verdad te ha conmovido ha sido la ternura?».

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La falta de compromiso es deserotizante. 

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En un mundo atomizado y consumista, el compromiso resulta subversivo.

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Escribe Mary Oliver: «no tienes que ser buena / no tienes que atravesar el desierto / de rodillas arrepintiéndote / solo tienes que dejar que ese / animal / que es tu cuerpo ame lo que ama».

sábado, 15 de febrero de 2025

 Escucho en la cafetería de mi instituto que las mujeres de hoy en día somos egoístas por no querer tener hijos con veinte y tantos años. Me gustaría mirarles a los ojos y decirles que el feminismo me liberó de aguantar dinámicas que no quería, de soportar historias venenosas e intrascendentales. También pensé en que nos vertebran condiciones económicas y socioculturales diferentes, aunque se empeñen en repetirme con insistencia que el problema de la vivienda es algo que siempre ha gravitado en nuestro país. Al fin y al cabo, pensé, todo es política, incluso la maternidad.

Después tomé el café y no dije nada. 

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Volví a encontrarme meses después con una persona con la que tuve mucha química. A veces resulta complicado y doloroso gestionar situaciones en las que sientes una cuerda firmemente tensa uniéndote a alguien, un vacío imperturbable, una extraña energía insondable conectándote a una toma de tierra. 

La historia no terminó de resolverse porque me sentía en una eterna competición de egos constante. Recuerdo que te conocí en época de postpandemia y nos saltábamos el toque de queda juntos. Nuestro grupo de amigos se iba disolviendo lentamente, como gotitas de vapor, hasta que nos quedábamos solos en cualquier terraza de La Latina. Entonces nos mirábamos a los ojos. 

Pienso en aquel día en el que te miré de frente, junto a la boca de metro, a escasos milímetros, y podía sentir cómo gravitaba entre nosotros el miedo y la decepción. Yo sentía tus ojos de animal colérico y hambriento sobre mí, como un pozo negro de abismo indescifrable. Quise detener el tiempo en aquella plaza de Madrid, como si la vida no importase, como si nuestras diferencias no importasen. Jamás nos besamos. 

Han transcurrido varios años desde que nos encontramos y hemos conocido a más personas desde entonces. Es curioso que, siempre después de coincidir, aún me mandes un WhatsApp preguntándome si he llegado bien a casa.

Es la primera vez que escribo en este blog sobre ti.

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El viernes pasado vi por primera vez Princesas de Fernando León de Aranoa. Me gustó eso que decía Candela Peña de que existimos porque alguien nos piensa y no al revés. 

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Dice también Candela Peña en esta película: "Es rara, ¿no? La nostalgia.. porque tener nostalgia en sí no es malo, eso significa que te han pasado cosas buenas y las echas de menos. Yo, por ejemplo, no tengo nostalgia de nada porque nunca me ha pasado nada tan bueno como para echarlo de menos. Eso sí que es una putada. ¿Se podrá tener nostalgia de algo que aún no ha pasado? Porque a mí a veces me pasa. Me pasa que me imagino cómo van a ser las cosas y luego me da pena cuando me doy cuenta de que aún no han pasado y que quizás no pasen nunca. Y entonces me entra la nostalgia y me pongo súper triste, pero es como una tristeza a cuenta, como la fianza de cuando alquilas una casa pero con tristeza, que la pones por delante porque, total, sabes que la vas a acabar utilizando igual". 

Yo siento nostalgia de todas las vivencias que no he compartido contigo.

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Después de la película, hubo un coloquio entre Fernando León de Aranoa y Juan Diego Botto en el que conversaron sobre la importancia de visibilizar las periferias y los márgenes, todo aquello que se encuentra forcluido para la sociedad. Me acordé de la película de Botto, En los márgenes, donde aborda la problemática de los desahucios y los fondos buitres como uno de los cánceres más certeros e irreversibles. 

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¿Qué es un deseo cuando se cede a este?

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El domingo fui al Prado. Cogí el autobús desde mi barrio en una mañana soleada y fría de febrero. Contemplé un Madrid pacífico y manso mientras escuchaba La Bien Querida en los auriculares. Me pareció la ciudad más hermosa para esta etapa vital posadolescente en la que sigo atravesada.

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Ayer terminé Intermezzo de Sally Rooney y cené sushi. No me ha parecido el mejor libro de la irlandesa, pero aún así lloré. Es divertido cumplir clichés y no sentir culpa por ello.

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Esta mañana he ido a comprar al supermercado y, mientras escuchaba música y la tote bag me ondeaba al compás de mis pasos, pensaba en la trascendencia, yogures caducados, los afectos, berenjenas rellenas para mañana, desequilibrio, queso cottage, relaciones de poder.

Pagué y caminé por un barrio hospitalario y hermoso.

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Ambivalencia y conmiseración son palabras que me gustaría incluir en algunos de estos textos.

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Amor y política: un imaginario colectivo, un mantra, un espacio compartido, un poema, una herida, una manera de llegar a ti.

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Dice Alfonsina Storni: "Yo nací para el amor".