Hoy he leído un verso de Louise Glück en Twitter que me ha parecido hermoso y violento: «Miramos el mundo una sola vez, en la niñez. / Lo demás es memoria». Me traslada irremediablemente al parque al que me llevaba mi padre todos los domingos de otoño. Me gustaba deslizarme por el tobogán porque sabía que al final estaría él para salvaguardarme de cualquier tropiezo. También me recuerda a las noches en que la cinta magnetofónica con la voz de Paco Ibáñez comenzaba a sonar. Ahí fue donde descubrí a Quevedo, a San Juan de la Cruz, a Federico García Lorca. Muchas veces me descubro leyendo, en la horas más tramposas y deshonestas, poemas que de adolescente no alcanzaba a comprender y que ahora puedo intuir. Me gusta descubrir un sentido nuevo a las palabras, encontrar una nueva lectura a un verso al que no me atrevía a enfrentarme desde hacía años, quizás por cobardía.
Me gusta, también, el mar en
invierno, porque no está masificado de turistas y su color es más grisáceo. Me
gustan tus ojos, tu acento gallego, tu boca, tu cerebro siempre carburando. Me
gusta pasear por Madrid en verano, cuando apenas hay nadie, y cualquier barrio
céntrico parece una isla desocupada, ajena, imprecisa.
Me gusta el pan de los pueblos,
las noches y los amigos, la historia de Idea Vilariño y Onetti, ir de paseo los
sábados con mi madre por unas calles completamente desdibujadas.
Me gusta el norte de España, me
recuerda a mi época universitaria. Me gusta el sur de España, me traslada a mis
orígenes. Me gusta quedarme en casa los días de lluvia, ver a Marlene Dietrich
en Filmin, escucharte recitar el Cántico espiritual, aferrarme a este
amor sosegado y puro, abandonarme a la idea de una vida mansa contigo.
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