Él solo es un hombre.
Eventualmente cansado y visceral,
ocasionalmente tedioso y sangrante.
Él solo fue un hombre.
Con garganta y costillas,
su bocado de Adán contra la desidia,
sus polvos y sus virtudes.
Todo esto es este hombre.
Arrastra cierta urgencia política,
un malogrado amor propio que aprendió del barrio,
el desorbitado orgullo burgués,
la aparente sinceridad -aparente, léase de forma consciente-,
sus vísceras atípicas,
la despellejada soledad,
la lucha constante que no le pertenece a nadie -en este apartado haga usted relectura-.
Él solo es un hombre.
Con su hueso sacro,
su intestino delgado,
su drama contenido,
su ineficacia humorística,
su talento oscuro y su sexo devoto.
Una vez me lo crucé, estática e inmóvil tarde de lluvia.
De estos locos furiosos acosándonos el alma
nosotras también nos desligamos.
Queridos: vuestra vida es un coñazo sin nosotras
-esta letra jamás te la protestaré-.
Sin embargo, siempre vuelven,
volverán -solemnes- las noches de reyerta.
¿De qué hablábamos tantas horas en tantos sitios?
Ya no puedo recordarlo.
Creo que ya te lo he dicho alguna vez, pero, si no, cuando escribes me encantas.
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