Rescato este verso porque es el único modo de no perderse en contrasentido. A placer de tocarse a manos vacías.
Entrecierro los ojos mientras Benjamín Prado recita algo de Ángel González para salvar a la humanidad de ausencias no compartidas, que son la patología principal del miedo.
A placer de tocarse a manos vacías.
Cojo todos los trenes posibles pero ninguno me lleva a casa y acabo arrepentida en el mismo bar de esta ciudad, hablando con cualquiera del precipicio de falsas ideologías y de los valores subcutáneos de tus manos. Ahora parece que vas a mezclar fuego y gasolina.
Una aprende a necesitar así, sin garantías.
Pero Rebeca Jiménez me susurra que hay mil maneras.
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