lunes, 30 de junio de 2025

 Leí en un borrador que tenía en este blog desde 2013 que ya no se es triste como se era antes. Tenía razón: ya no existe un halo de nostalgia conmovedor, ni un patetismo traumático y poético. Ahora la tristeza ha quedado desocupada.

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Apunté esta mañana mientras ascendía por las escaleras mecánicas de Plaza Castilla: cualquier experiencia salir del metro, percibir una tormenta en la piel, caminar por un barrio burgués y ordenado se me antoja estética.

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Me acordé de este verso de Antonio Gamoneda y decidí tuitearlo: «Ésta es una ciudad desconocida y llueve sin esperanza. / No hay memoria ni olvido y el error es la única existencia. / ¿Quién me ama en esta ciudad desconocida?»

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El sábado, varada entre el humo y la incertidumbre, un tipo me comentó que me observaba como una persona alegre, pero que en mis textos no me percibía así. Lo contemplé y le respondí que yo era ambas mujeres.

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Me he puesto a Quique González en este lunes hostil y desdichado y he decidido escribir en este blog para articular los miles de pensamientos que bullen en mi cabeza. Hace años que no escribo de esta manera (ahora tardo muchísimo en lanzarme aquí) y siento una corriente indómita que domina mis dedos, tecleando una vorágine dialéctica indecisa, pero firme. A veces resulta compasivo para una misma recordar por qué escribimos.

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Escribe Chantal Maillard en un poema milagroso: «Escribo / para que el agua envenenada / pueda beberse».

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Pienso tantísimo en aquellos poemas que no nos estamos descubriendo mutuamente. 

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Yo no me vengaré al uso: yo te dedicaré un poema que te dolerá por todo el cuerpo. 

sábado, 28 de junio de 2025

 Escuché en una entrevista que meditar sobre la muerte frecuentemente sirve como rito iniciático a la escritura. 

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¿Por qué sigo buscando una explicación estética para un dolor que es completamente visceral?

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Aceptar la herencia del dolor, una genealogía pura y verdadera.

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La belleza tiene sus reglas. Somos seres conmovedores. 

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Fui a ver con M. la película de Sirat: trance en el desierto. Cuando salimos del cine, M. me comentó que le había recordado a la estética de Angélica Liddell. Entonces yo recordé que hubo una obrita de teatro en la que Oliver Laxe y Angélica Liddell coincidieron. En ella hacían una performance muy loca sobre un tratado de Deleuze. Me gustó que M. encontrase esa conexión porque la teoría de los vasos comunicantes siempre me fascinó: ahí radica el germen del arte.

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En el amor el yo es inocultable, en el amor el yo es incontenible. 

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Escribe Anne Sexton: «Amar a otra persona se parece a una plegaria y no puede planearse, solo te entregas a sus brazos porque tu fe supera la falta de fe».

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Escribe Malén Denis: «a veces soy clara y contundente en los poemas / a veces soy como una bruma espesa / dentro y fuera de los poemas / a veces intento lastimarte / con los poemas, provocarte con los poemas, / enojarte con los poemas, / hacerte llorar / a veces, incluso, uso los poemas para que me ames / o para amar».

(te lo hubiese enviado si hubiese sido yo la que lo hubiera escrito).

domingo, 15 de junio de 2025

 ¿Todavía leerás un poema desgarrador y te evocará a un futuro incierto y lejano que no fue? 

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Dice Berta García Faet: «No deseo intervenir en ningún debate teórico: deseo narrar mis enamoramientos».

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Hace un par de días entré en una tienda de libros de segunda mano a la que suelo acudir con asiduidad. Allí siempre me pierdo entre las mismas estanterías: poesía, filosofía, sociología, feminismo. Encontré una obra canónica de Menéndez Pidal que no me despertó una pasión exacerbada, pero mi ego como filóloga se activó y tuve que llevármelo. En medio de esa disyuntiva advertí una mirada ajena atravesada por el deseo. Supongo que el tipo pensó que yo era alguien interesante por el libro que había elegido. No pude evitar fijarme en qué libro llevaba él. ¿Quién lee a Fernando Savater en pleno 2025? pensé. Un fascista.

Pagué y no dije nada.

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A veces me gusta pensar en el subtexto y en lo simbólico. Me atrapa todo lo misterioso, lo oblicuo, aquello que no se dice, aunque se palpe y se intuya. Muchas veces me desdigo a mí misma e intento no caer en esa trampa y otras veces actúo por necesidad de equilibrio, por romper lo asimétrico, una manera de autoafirmarme y de decir yo también puedo habitar este lenguaje. 

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Leí en un libro de Jazmina Barrera su primer encuentro con Alejandro Zambra y me pareció esperanzador: «Conocí a Alejandro en la Biblioteca Pública de Nueva York. Él estaba dando una charla y yo, que nunca digo nada desde el público porque me da vergüenza, levanté la mano y le pregunté si no extrañaba los libros que había dejado en Chile. Se lo pregunté porque yo extrañaba mucho los míos. Me dijo que no. 

La primera vez que fue a mi departamento, Alejandro inspeccionó mi pequeña biblioteca y antes de irse concluyó: nos gustan los mismos libros. No es la frase más romántica que me ha dicho, pero sí fue muy importante, porque tener los mismos gustos en libros, a mi parecer, implica muchas cosas: que sentimos empatía con emociones semejantes, que nos importa el sentido del humor y nos reímos con cosas similares, que buscamos algo parecido en el arte y en lo libros, que son nuestro quehacer cotidiano». 

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Dice José Agustín Goytisolo: «yo quiero / decirte que te amo / en esta hora: cuando tú tiemblas / y no sabes / por qué».

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Escribe Patricia Highsmith en sus diarios: «Para vivir la vida de la mejor manera posible, una debe vivir y moverse siempre con una sensación de irrealidad, de drama en las cosas más pequeñas, como si viviese un poema o una novela, otorgando la mayor importancia al camino que se escoge hasta un restaurante preferido, creyéndose uno mismo mientras curiosea una librería, susceptible de deshacerse o hacerse, destruirse o renacer, de resultas de la literatura que uno elige. Solo en su habitación, uno debería ser Dante, Robinson Crusoe, Lutero, Jesucristo, Baudelaire, y en resumidas cuentas ser poeta en todo momento, verse de manera objetiva uno mismo y el mundo exterior de manera subjetiva, un estado de ánimo que en comparación con la realidad de la pena de un amor perdido es destructivamente real y brutal».

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Fui al teatro a ver Los yugoslavos de Mayorga. Mi amiga O. hizo una reflexión lúcida y lo conectó con una situación emocional que yo viví hace muchos años y que a veces emerge y me hace estremecer. O. me comentó que las palabras son insuficientes, que necesitamos mapas que nos orienten para tocar tierra. Pensé, inevitablemente, en este desencuentro prolongado en el tiempo como algo onírico e irreal, una suerte de quimera incompleta y pusilánime.

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Arranques de intimidad. Esto lo tengo escrito en mis notas del móvil. No sé en quién pensé cuando lo escribí.

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Cocino con Salvador Sobral de fondo ensalada de pasta para la semana. Mientras echo atún en un cuenco de plástico pienso en la ternura y en la devoción, en la posibilidad de hacer eterno lo efímero, ¿será suficiente aceite?, el amor y el dolor, el amor y el dolor, me encanta ponerle piña a la ensalada, tu recuerdo como un manantial enajenado y desposeído. 

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He visto en La Script una entrevista a Oliver Laxe donde afirma que una neurosis es una manera atrofiada de pedir amor.

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Me ha comentado un compañero de trabajo que tengo una manera muy sociológica de observar el mundo.

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Este domingo leí Seismil de Laura C. Vela. Le he escrito a mi amiga V. que es el libro más doloroso que he leído en lo que va de año. En él Laura escribe lo siguiente: «Los momentos que recuerdo están a trozos, imágenes sueltas que no consigo conectar. No encuentro el hilo, a veces no sé qué vino antes y qué después. Leí en un ensayo del que no recuerdo el nombre que el nihilismo se ha entendido mal, que se ha vendido como una filosofía intensa para adolescente que no creen en nada, pero que en realidad el nihilismo es haber perdido el hilo. El hilo materno, el hilo con la infancia, que es donde encontramos lo que realmente somos y, cuando conectamos con ese yo, se nos cae la máscara. Entonces pienso: si has perdido el hilo, ¿ya no podrás retirar la máscara? Si has perdido el hilo, ¿cómo escribir de una manera que no sea fragmentada?»

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Escribe Natalia Velasco este poema: «Perder la lengua materna debe ser / como quedarse ciega por dentro / como quedarse sin piel / sin bordes / debe ser liberador / que las cosas dejen de tener nombre / que pierdan la forma / y se vuelvan líquidas / poder bebérmelo todo / y que me sepa para siempre la boca / a ningún sitio».

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Dice Mónica Ojeda: «Ella me dijo una vez que cuando el mundo de alguien es destruido ya no queda nada, ni siquiera el dolor, porque el dolor solo puede existir cuando hay mundo". También: "El deseo se parece a cientos de pájaros estrellándose contra una boca cerrada". Y además: "En lo innombrable hay imperios de luciérnagas».

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Necesito de voces ajenas que me ayuden a escribir este relato inconcluso, este poema poroso, este tratado lleno de huecos, sombras y vaguedades.

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«¿Se dan ustedes cuenta de que las palabras, que son las herramientas para comprender el mundo, son también las que no extrañan de él? Porque las palabras son embajadoras de la realidad: no hay otro modo de relacionarse con la realidad que a través de las palabras. Pero estas embajadoras son con frecuencia estrambóticas, contradictorias, difíciles... Tienen un significado dentro de ti y otro fuera de ti. Y es que las palabras llevan una doble vida, como la mayoría de las personas complicadas. Hay algo muy peligroso y es cogerle miedo a las palabras. Entonces dejar de decirlas, y se quedan dentro de ti como un pelo mal arrancado que se convierte en forúnculo. ¿Qué sientes? ¿Cómo estás? Di algo que sea bien o mal. Forúnculo. Forúnculo, forúnculo, forúnculo».